La nueva situación política

España quiere cambiar

El PP perderá el poder, pero el PSOE se equivocará si cree que los ciudadanos solo buscan la alternancia

XAVIER BRU DE SALA

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Ha sucedido lo que muchos deseaban pero no tantos esperaban, un giro electoral de una enorme envergadura y trascendencia, impulsado por la combinación de dos factores entrelazados: el deseo de cambio y la lucha contra la desigualdad. De los 22 millones de votos válidos, solo 6 han ido a parar al PP, que ha perdido 2,5 y se queda con la exclusiva, por no decir el sambenito, del inmovilismo. De una forma u otra, con más o menos intensidad, la ciudadanía pretende modificar las relaciones con los gobernantes. Por si fuera poco, las principales ciudades de España, empezando por Madrid, Barcelona y Valencia, tendrán alcalde o alcaldesa de la izquierda alternativa (que no antisistema). El nuevo viento sopla con fuerza.

No es efímero, ni espontáneo, ni pasajero. Se ha gestado y ha madurado a lo largo de los años de la crisis. Ahora cristaliza. El crecimiento brutal de la desigualdad y el bombardeo de casos de corrupción, unidos a la prepotencia del PP, han provocado la crisis del ciclo político iniciado con la Transición. En las próximas elecciones generales se podrá comprobar el alcance real del cambio, pero las dinámicas son imparables. El PP perderá el poder, a remolque de unas circunstancias que ya ha dejado de controlar.

El PP, más que de las políticas económicas, ha sido víctima de un manto de caspa formado por sus ideas retrógradas sobre la sociedad y el poder, tan a favor de los privilegiados. El PP paga el desprecio hacia los demás, empezando por la clase media, paga el rechazo del pacto, la sustitución del diálogo por el cálculo frío y la demoscopia. Incluso los conservadores se cansan de esta gente tan mediocre que se tiene por los amos de España. La corrupción del PP, aparejada al amiguismo y la manipulación sistemáticos, no ha sido una enfermedad que se pueda extirpar sino un hecho natural, constitutivo, un derecho irrenunciable. Por todo ello, el declive del PP es tan irreversible como el deseo de cambio de la sociedad española. Son la cruz y la cara de la misma moneda. Por eso, más por intuición que por análisis, nadie quiere pactar con el PP. No es Rajoy, son todos. Más que cansancio, es estigma.

Si no se produce un giro repentino del viento, impensable a la vista de los resultados del domingo, la próxima campaña se centrará en los ejes y el alcance del cambio: proximidad entre los gobernantes y la gente; disminución de la desigualdad y aumento del Estado del bienestar, aprovechando en este sentido la recuperación económica; remodelación de las principales instituciones del Estado; búsqueda, no en último lugar ni el de menos difícil consenso, de soluciones a la cuestión territorial y el formidable desafío independentista catalán. Es probable que estos ejes confluyan en una reforma amplia o bien en un conjunto de modificaciones parciales de la Constitución. También, que todos menos el PP se consideren predispuestos a ello. No nos encontramos ante una segunda Transición ni un proceso constituyente. La democracia española está consolidada. Pero si Pedro Sánchez y el PSOE interpretan que cambio significa simplemente alternancia en el Gobierno, se equivocan por completo. Quien se ha movido es la sociedad.

Empieza la batalla por la hegemonía y el liderazgo, también por la definición del alcance del cambio. Los tres contendientes en este pulso -Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera- son personajes con ideologías, psicologías y visiones del mundo muy alejadas. El futuro inmediato dependerá de la capacidad de pacto entre los tres (y de cómo se adapte el nuevo PP después de romper con el aznarismo, que es lo que no ha hecho Rajoy).

Que el vendaval electoral solo le haya quitado 600.000 votos al PSOE le otorga una leve pero insuficiente posición de ventaja para liderar el cambio. Si Sánchez acierta a pilotarlo con finura y convicción, sobre todo convicción, si admite la parte socialista de culpa del incremento de la desigualdad, si a la vez que reivindica los aciertos pide perdón por los errores, si empieza por limpiar su casa, podrá disputar la hegemonía a los otros dos. Pero si se aferra al estilo de Rubalcaba y se convierte en zorro, se le verá el pelaje y generará desconfianza.

En España, la derecha ha entrado en crisis de identidad, y pasadas las elecciones deberá reformularse con bases y caras nuevas. Que las nuevas izquierdas hayan ganado en Barcelona y Valencia y hayan quedado segundas en Madrid es una grave desautorización del PSOE como alternativa. Aun así, las fuerzas emergentes están lejos de arrasar. La sociedad quiere cambios. Corresponde a los líderes proponerlos, y a los ciudadanos confiar en unos u otros para pilotarlos.