España dentro de la rueda

Algunos gobernantes muestran una gran miopía al no ver que podrían ganar un referéndum en Catalunya si lo convocaran

Mas saluda a Puigdemont ante la mirada de Junqueras, ayer en el Parlament.

Mas saluda a Puigdemont ante la mirada de Junqueras, ayer en el Parlament.

MARINA LLANSANA

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El anuncio de convocatoria de un referéndum cogió desprevenidos a los portavoces de los grupos de la oposición, que tuvieron que reescribir el discurso previsto en tiempo récord. Cuando pensaban que podrían poner a Puigdemont contra las cuerdas para exigirle concretar la hoja de ruta y acusarle de parálisis e indefinición, se encontraron con que el president anunciaba el qué, el cuándo y el cómo, y pasaba la pelota del procés al tejado del gobierno -con el permiso de la CUP, claro-. El "referéndum o referéndum" obliga al Estado a reaccionar, a elegir entre seguir por la vía de las prohibiciones y las amenazas o bien sentarse a hablar como hizo David Cameron y como haría cualquier dirigente con cultura democrática.

Es verdad que la grotesca situación que vive la política española hace que, a estas alturas, sea difícil imaginar quién podría sentarse en el otro lado de la mesa de negociación; ¿un Gobierno en funciones que hace casi un año que no se somete a ningún tipo de control parlamentario? ¿Un PP cubierto de corrupción, un PSOE fratricida en descomposición, un Podemos que pierde gas en cada elección y con un peso aritmético insuficiente?

Inés Arrimadas acierta de lleno cuando habla de "la rueda", pero se equivoca de hámster; quien está dentro del bucle no es Catalunya sino España. La estrategia Puigdemont-Junqueras marca un paso adelante muy claro porque ya no propone un proceso participativo sino un referéndum, porque habrá pasado de las urnas de cartón a las urnas de verdad, del registro de participantes al censo oficial, de los voluntarios a los funcionarios, de los anuncios apócrifos en la campaña institucional, del sí-sí y el sí-no al o sí o no, de los 600 puntos de votación a los 2.700 colegios electorales y de los subterfugios a un gobierno que no se esconde y que aplica el resultado porque le ampara la ley catalana.

LA VÍA DEL RECURSO

En cambio, el Gobierno sí está exactamente donde estaba antes del 9-N, instalado en la vía de los recursos en el Tribunal Constitucional (TC), las suspensiones cautelares, las amenazas de inhabilitaciones y las vías penales, sabiendo que si impide que se vote usando la fuerza creará un escándalo democrático de dimensiones internacionales, y que escudarse en el TC no será suficiente para disuadir al tridente Puigdemont-Junqueras-Romeva, como no disuadió al de Mas-Ortega-Rigau.

Si España está atascada es porque no hay nadie que tenga la valentía de afrontar políticamente un problema político, ni de ofrecer un modelo de España diferente de esa España cerrada, inamovible y pagada de sí misma. Para salir de la rueda solo serían necesarios unos gobernantes que aceptaran que votar es normal, que pactaran las condiciones del referéndum e hicieran campaña por el no. Es un caso inaudito de miopía política no ver que tendrían posibilidades reales de ganar.

La realidad, sin embargo, es que seguimos gobernados por dirigentes como el ministro García Margallo, convertido desde hace semanas en portavoz oficioso del Gobierno en funciones, que decía el miércoles que Puigdemont ha lanzado el mayor desafío contra la unidad de España desde el octubre de 1934. Una prueba más de quién es el que está atrapado en la rueda.