Análisis

España, capital Atenas

ANTÓN LOSADA

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El Congreso español no pudo discutir en su día como Dios manda nuestro rescate. No hacía falta. Luis de Guindos no sintió entonces urgencia alguna para acudir al Parlamento a explicar, con ese tono tan eficiente, el «préstamo en condiciones muy ventajosas» que nos había concedido Europa y que pagaremos con el sudor y la sangre de nuestro pequeño Estado del bienestar.

Sin embargo, le faltó tiempo y le sobraron ganas de comparecer para explicarnos cómo, después de haber dedicado tanto esfuerzo a convencernos de que España no era Grecia, ahora va a resultar que sí, que España puede ser tranquilamente otra Grecia y que para evitarlo la única solución consiste en votar al Partido Popular. Otro éxito que deberíamos añadir a la lista de logros de Mariano Rajoy, el presidente que evitó el rescate pidiéndolo.

Si los griegos van de mal en peor y hemos de acudir de nuevo en su rescate -haciendo caja de paso gracias a unos más que jugosos intereses-,

se debe exclusivamente a su mala cabeza. Esto les pasa por haber votado lo que no tenían que votar, y mira que se les dijo que no se les ocurriese votar. El populismo genera decepción y tiene un precio, como la muerte. No hay atajos. En Europa solo se pueden estar implementando las políticas de este Gobierno.

La no presencia de Podemos en el hemiciclo dejó al ministro sin alguien con quien discutir esos argumentos. Todos los demás estaban tan ocupados distanciándose y haciendo votos de fe europeísta, que a nadie se le ocurrió preguntar a Guindos cuestiones tan básicas como de dónde sale el cálculo que le permite afirmar, sin caerse del atril, que estos pocos meses de gobierno de Syriza les han costado cinco puntos del PIB a los griegos.

Los rescates precedentes

Con la honrosa excepción de los representantes de la Izquierda Plural, todos votaron a favor sin que nadie nos explicase por qué, si el rescate de Grecia supone tan buena idea y las políticas que lo acompañan conforman las únicas posibles, al primer rescate le había seguido un segundo cuando aún no gobernaba un Alexis Tsipras a quien culpar y al segundo le sucede ahora un tercero sin que Grecia haya abandonado los puestos de cabeza de endeudamiento, déficit, desempleo o fraude fiscal.

Resulta bastante inquietante escuchar a los diputados españoles impartir lecciones de dignidad o democracia a los diputados helenos. Tan inquietante como oír pontificar sobre la cultura del esfuerzo a los ejecutivos de nuestras grandes compañías mientras se suben los salarios un 28% solo durante el último año.

La altura del debate la midió de nuevo el gran Martínez Pujalte, el maestro del cafelito y asesoría a 75.000 euros, cuando afirmó que en el Congreso hablan dos tipos. Los que llevan corbata y van a votar  y los que no llevan corbata y van a votar no. «Yo voy sin corbata y voy a votar que sí». Nadie ha resumido con semejante fidelidad la profundidad y la complejidad que puede llegar a alcanzar el debate europeo en España. Y de esto seguro que no tiene la culpa Angela Merkel.