Análisis

Escucha, Europa

Es pues desde Berlín, más que desde Bruselas, de donde debería partir una iniciativa contundente y efectiva para empujar a Madrid a la negociación

XAVIER BRU DE SALA

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Lejos de ser barrida en las urnas más participativas, el electorado ha entronizado la independencia como primera opción de los catalanes. Se ha esfumado la supuesta reserva de votos contrarios al  llamada a emerger como una marea y engullir el independentismo al aumentar la participación. No existía. Catalunya es cada vez menos dual. Si la independencia no ha ganado en votos a candidaturas poco falta. Para saber si ha ganado o ha perdido el , hay que restar, de los emitidos, los votos en blanco y los nulos, como se haría en un plebiscito, y repartir los otros con el nuevo porcentaje. Si ni así se llega al 50%, como parece, la victoria habrá sido insuficiente para proseguir como si nada con el proceso y la DUI.

Está por ver, pues, hasta qué punto el mandato popular avala la hoja de ruta para declarar la independencia. Si como parece, la suma de Junts pel Sí y la CUP no llega al 50% de los votos a candidaturas, viviremos una legislatura complicada, de tanteo, difícilmente resolutiva. Las fuerzas del cambio son ampliamente mayoritarias, pero no se pueden prever pasos significativos a corto plazo. Muchas cosas empiezan hoy. Pocas se acabarán mañana o pasado mañana. Hay partido para rato.

Habrá que esperar, de entrada, la pantalla de las generales de diciembre. Son dos los escenarios previsibles. ¿En qué sentido influirá en España el resultado del 27-S? El vaticinio está lleno de dificultades, porque tanto puede fortificar el inmovilismo como alimentar el cambio. Si el PP se mantiene en el poder, aunque deba gobernar en coalición, aumentarán los partidarios de la independencia y, más pronto que tarde, sobrepasarán, y de largo, el listón del 50%. Ahora bien, si la fuerza del cambio que los catalanes han expresado se extiende por España de manera suficiente, se abrirá un espacio para el diálogo, las reformas y un pacto de nuevo reparto del poder. Un espacio lleno de incertidumbre, porque las fuerzas opuestas al cambio son muy poderosas en el Estado y la desconfianza catalana es extensa, pero un espacio real y plausible. Dado que las opciones, en política, tienen sus nombres y sus apellidos, el futuro de todos juntos, o no tan juntos, pasa ante todo por saber si Rajoy sigue en la Moncloa o se va.

Diálogo, sobre todo si Europa, en vez de esperar que la situación llegue a un punto de no regreso -para el cual no falta mucho si el PP se mantiene en poder-, interviene en favor de un pacto. Todo el mundo sabe que España ha perdido soberanía en favor del conjunto de los socios de la Unión, pero más a favor de Alemania. Es pues desde Berlín, más que desde Bruselas, de donde debería partir, cuando todavía se está a tiempo, una iniciativa -si se quiere discreta pero contundente y efectiva- para empujar a Madrid a la negociación.

Volviendo a la metáfora que compara la independencia con el lobo, aquel que el pastor siempre anunciaba pero al que la autoridad no creía, es evidente que ayer compareció. Está en medio de la plaza, y lleva flojo el bozal. Se confirma pues la dicotomía que muchos preveíamos desde ya hace tiempo: o España cambia o Catalunya será independiente.