Escribo 'aeropuerto' y me indigno

Nadie, bajo ningún pretexto, tiene derecho a robarme mi tiempo de holganza en largas e interminables esperas

colas para pasar el control de seguridad en El Prat

colas para pasar el control de seguridad en El Prat / FERRAN NADEU

JOSEP MARIA POU

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Empiezo a escribir este artículo sabiendo que estoy echando el telón a muchos meses de intenso trabajo –y de enormes gratificaciones– y que, una vez terminado, tras el punto final, empezarán para mi cuatro semanas de merecido descanso. No me atrevo a llamarlas vacaciones porque en este momento no sé que será de mi vida en los próximos días. Nada planeado. Todo al azar. Tras tantos meses de agenda a rajatabla, me seduce la idea de librarme a los impulsos, al fogonazo de levantarme una mañana y coger el primer tren destino a quién sabe dónde; o de acercarme al aeropuerto, acodarme en cualquier mostrador y comprar un billete para el primer vuelo que tenga una plaza libre. 

Pero, cuidado, la realidad se impone. Escribo aeropuerto y dejo de fantasear. Despierto de golpe y el sueño deviene pesadilla. ¿Cuándo fue que perdimos los aeropuertos? ¿En qué momento dejaron de ser la puerta de entrada al paraíso? ¿Quién los puso en manos de Pedro Botero? Leo las amarguras de quienes tienen que volar estos días desde Barcelona y me digo que mi tiempo es mío y que nadie, bajo ningún pretexto, tiene derecho a robármelo en largas e interminables esperas. Sobre todo, porque ese tiempo de julio (vale también para agosto) es tiempo sagrado, es tiempo de holganza que me he ganado a pulso. Lo he sudado, minuto a minuto. Lo he comprado a precio de darle duro y con ganas. Es mi tesoro del verano. Mi tiempo libre. Y nadie puede usurpármelo para convertirlo en esclavo de sus reivindicaciones, de sus carencias, de sus incapacidades, de su falta de previsión y de lo que parece nula voluntad de encontrarle solución a una circunstancia, a todas luces injusta y abusiva. 

Alguien me dirá que este verano hay problemas mayores en los que pensar. Que agosto se presenta más caliente que nunca, septiembre se adivina levantisco y octubre huele a traca final. Déjenme, por eso, que me queje ahora de lo pequeño. Tiempo habrá de clamar por lo más grande. 

Felices vacaciones (si les dejan). Y nos encontramos de nuevo en septiembre.