Escribir a mil manos

RICARD RUIZ GARZÓN

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Que los libros a cuatro manos se han multiplicado en los últimos tiempos es una realidad fácil de constatar: novelas de fantasía como El fin de los sueños, de Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina (Plataforma), o La calle Andersen, de Sofía Rhei Marian Womack (La Galera); históricas como Lliures o morts (Columna), de Jaume Clotet y David de Montserrat, o como El trono maldito, de José Luis Corral y Antonio Piñero (Planeta); policiacas como Expediente Bagdad, de Joan Cañete y Eugenio García Gascón (Siruela), Don de lenguas, de Rosa Ribas y Sabine Hoffman (Siruela), y El hombre de la máscara de espejos, de Vicente Garrido y Nieves Abarca (Ediciones B)... Todas ellas, y otras, demuestran que el modelo, al menos en el género, funciona y se expande.

Lo insólito hoy, sin embargo, es que las cuatro manos parece que ya no bastan. Entre las novedades recientes está por ejemplo Els límits de la vida (La Galera), una novela de iniciación a la biología escrita por David Bueno, Salvador Macip y Eduard Martorell. Aún más: en la misma editorial, la serie Elvis Riboldi está escrita por Bono Bidari, pseudónimo de los guionistas Jaume Copons, Daniel Cerdà y Ramon Cabrera más el ilustrador Òscar Julve. ¿Es el límite? Para nada: hace unos días, Llibres del Delicte ha publicado La reina de diamants, un homenaje pulp de Sebastià Bennassar, Marc Moreno, Llort y el propio Macip. O sea, ocho manos. ¿Estamos cerca, pues, de la novela colectiva? ¿Tiene todo esto algo que ver con la crisis de la torre de marfil que han propiciado las nuevas tecnologías? Tal vez: años después de los lúcidos experimentos de los Luther Blisset -luego Wu Ming-, ahí está el Colectivo Juan de Madre con libros tan sugerentes como La insólita narración de los nueve Ricardo Zacarías o la novela-espejo new mYnd (sic), ambos en Aristas Martínez. Con sus reflexiones sobre el doble, la alteridad y la identidad lúdica y combatiente, ese grupo que podría estar formado por uno, varios o ningún autor pone el dedo en la llaga: demasiados nombres, ningún nombre. El concepto de autoría, en fin, vuelve a la cuerda floja...