Dos miradas

No era un sueño

Él, simplemente, tuitea lo primero que se le pasa por la cabeza

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EMMA RIVEROLA

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He tenido un sueño. Un sueño en el que un hombre gritaba que no todos los hombres y las mujeres eran iguales. Que los hijos de las rojas colinas de Georgia o de los desiertos de Siria o de las ciudades de México no pueden sentarse juntos en la mesa de la hermandad. Un hombre que halla inspiración al calor de la injusticia, que no le hace ascos a la opresión…

He tenido un sueño. Un hombre que mira a la cara de Martin Luther King y se ríe de su discurso, de sus anhelos y de su herencia. Un hombre que también quiere que una palabra repique en la cúspide de los motes prodigiosos de New Hampshire o en las Alleghenies de Pensilvania o en las Rocosas de Colorado. Pero no es la libertad el anhelo que ese hombre desea para su país, no es el que persigue para sus hijos ni para el resto del mundo. Es solo su nombre, su vanidad y su extravío el que pretende que resuene en las cimas del planeta.

He tenido un sueño. Un hombre que no encabeza una histórica manifestación de 200.000 personas a favor de los derechos civiles y que tampoco habla delante del monumento a Abraham Lincoln en Washington. No, ese hombre no trata de hacer con sus palabras un mundo mejor. Él, simplemente, tuitea lo primero que se le pasa por la cabeza. 

He tenido un sueño. Y ni siquiera era una pesadilla. Tan solo la decepcionante, tramposa y desconcertante realidad.