Él sí que era rock&roll

PAU ARENÓS

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Algunos cocineros repiten -como si con la frase se bañaran en autenticidad- que la cocina es rock and roll. Por edad, esos jovencitos deberían decir que es dance o dubstep, ¡o electrolatino! Pose y fanfarria. Uno de los pocos que podían relacionar rock y cocina con legitimidad era Juli Soler, que fue el quinto de los Rolling Stones. Ni siquiera físicamente desentonaba con ellos.

En su biografía hay tanta música (oído) como gusto. ¿Y qué pasa con el tacto y el olfato? Otros dos atributos de los que iba sobrado como director de restaurante y sumiller. Queda la vista: un gamo. Te distinguía a mil metros y corría y te abrazaba. Qué achuchones. Y qué coscorrones.

Los méritos gastro de Juli son conocidos: si Ferran Adrià evolucionó la cocina, él hizo un trabajo parejo con la sala. Los dos llevaron El Bulli hasta el espacio exterior.

Los camareros -de ninguna manera en rango inferior a los cocineros- le deben haber pasado de ser portaplatos a comunicadores de platos.

En abril hablé una noche con su hija Rita y, conmocionado, comprendí lo que estaba por venir. Lo que ha sufrido la familia, con Marta a la cabeza, forma parte del amor que le profesaron.

Al saber ayer la noticia telefoneé a Ferran, que estaba en San Sebastián, y al que habían avisado de madrugada. Coincidía la muerte con las obras de Cala Montjoi: mientras se apagaba, el nuevo Bulli comenzaba a tomar forma. Su espíritu habita la construcción. «Tenemos que luchar por él -dijo Ferran-. No ha podido disfrutar de todo lo que viene». Lo que viene: una era que él cimentó.

Nunca más oiré su voz, a primera hora de la mañana, felicitando el cumpleaños. Nunca más brindaremos con el blanco que le embotellaban y que llevaba a la mesa como una ofrenda. Como muestra de amistad. Como acto de generosidad.

Al salir, apaguemos con respeto la luz de la sala.