Equidistancia y neutralidad o defensa de las convicciones
Ni Rajoy ni Junqueras deben intentar ningunear a muchos catalanes que no son incondicionales
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
JOAN TAPIA
Hace pocos días, en una medio queja ante el Cercle, <strong>Mariano Rajoy </strong>afirmó en Sitges que no se podía ser siempre equidistante ante todo. Leo que el martes Oriol Junqueras dijo a las entidades del Pacte Nacional pel Referèndum (PNR): "No hay neutralidad posible entre los que intentamos que se vote y los que lo quieren impedir”.
Con el respeto debido a Rajoy y a Junqueras, conviene recordarles que no deben intentar tomar el pelo a los no incondicionales. El Cercle dijo que no podía respaldar ningún proyecto que intentara saltarse la ley. Lo que no obsta para que se crea que el independentismo es una opción política a la que no se puede responder solo esgrimiendo la legalidad. Las entidades del PNR han afirmado repetidamente que exigen un referéndum sobre el futuro de Catalunya. No se les puede acusar de neutralidad cuando constatan que el referéndum unilateral que se plantea no es el pactado y legal al que aspiraban. Y los catalanes hemos votado 11 veces desde 1980 y las opciones separatistas no han alcanzado nunca el 50%.
No es equidistancia o neutralidad no abdicar de las ideas o de las convicciones propias. Ni el PP ni el separatismo están autorizados para reñir al 40% de catalanes que, según todas las encuestas, se sienten "tan catalanes como españoles", ni al más del 60% que entre el stata quo y la independencia prefieren un pacto que blinde las competencias del autogobierno catalán y que reconozca las señas de identidad nacionales. Es ciertamente algo más fácil de enunciar que de negociar y concretar en un pacto, pero ello no comporta el derecho a borrarlo del mapa.
UNA QUIMERA
Ni Rajoy ni <strong>Puigdemont</strong> ni Junqueras tienen autoridad para ningunear al Cercle o al PNR tratándolos de "equidistantes" o "neutrales". Barcelona y Madrid han optado por imponerse en un choque de trenes del que esperan salir vencedores, pero hay muchos "'ciutadans de Catalunya'", la expresión que Tarradellas usó el día de su vuelta del exilio, que no desean ese choque, ni la actual degradación del autogobierno, ni centrar las esperanzas en una aventura rupturista, que complicaría nuestra realidad europea y que, hoy por hoy, parece quimérica. Salvo, claro, para los creyentes.
Puigdemont y Junqueras, si no quieren confundir (por usar un verbo suave), deben reconocer que desde la apuesta separatista nadie de la Generalitat ha sido recibido en Bruselas. Sí lo fue -antes- Jordi Pujol y lo son ahora el lendakari Urkullu o el primer secretario del PSC, Miquel Iceta.
El PP desconectó de gran parte de Catalunya cuando optó por un recurso masivo contra un Estatut que -gustara o no- habían aprobado las Cortes españolas (la tan invocada soberanía nacional) y los catalanes en referéndum. Ahora el independentismo -en parte una reacción de protesta- corre el riesgo de encerrarse en sí mismo cuando apuesta por imponerse con el 47,8% de los votos en las plebiscitarias del 2015. Mejor dicho, con algo menos del 40%, porque el otro 8% (el de la CUP) quiere romper con España y con Europa.
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