Pequeño observatorio

La época manuscrita agoniza

JOSEP MARIA ESPINÀS

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El señor Alejandro Prieto publica una carta en la que explica que los niños finlandeses se les suprime la obligación de aprender caligrafía. Cabe recordar que no equivale a escribir a mano, sino que es el arte de escribir las letras de una manera artificiosa, según un modelo, con intención artística. Es una escritura más lenta que la espontánea, que se basa en formas cursivas y en el enlace más fácil entre las letras.

Así aprendí a escribir en la escuela, con una dosis de libertad personal, aunque la asignatura se llamaba Caligrafía. No teníamos un patrón como los chinos, para quienes la caligrafía era un arte, como lo tenían también los monjes medievales que se dedicaban a copiar libros. A nosotros solo se nos pedía que la escritura fuera clara, legible y que no dejara manchas sobre el papel. En otros tiempos debía haber un modelo que era considerado correcto. Dice la canción tradicional: «'La Mare de Déu / quan era xiqueta / anava a costura / a aprendre de lletra'».

Por alguna razón, que ignoro, de un determinado estilo de escribir a mano se podía decir femenino. Quizás era una impuesta en los colegios de monjas, pero en cualquier caso es cierto que sucesivas promociones de chicas tenían en común una escritura visiblemente redondeada, más bien fina y de trazo ancho. A menudo inclinada hacia la izquierda. Los chicos, en cambio, ataban las letras hacia la derecha.

Un caso particular era el de Salvador Espriu, que escribía siempre a mano y separando cada una de las letras de una palabra. Me dijo, en una entrevista en TV-3, que de esta manera evitaba «comerse» alguna letra por descuido.

La difusión, primero, de la máquina de escribir, y luego el dominio triunfal del ordenador y de los portátiles instrumentos de comunicación ha hecho que la caligrafía propia ya sea una rareza. Me parece significativo y simbólico que la firma manuscrita, que es personal y única, sea exigible cuando se hace un testamento.