Dos miradas

Épica

Con la querella, el poder del Gobierno central utiliza la legislación como coartada para ahondar en su carácter autoritario

EMMA RIVEROLA

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La querella contra Mas es un peldaño más en la escalada de tensión entre dos poderes. También lo fue el 9-N, no nos engañemos, pero aquel gesto se forjó con la complicidad de buena parte de la sociedad catalana y se materializó en una masiva, pacífica y entusiasta participación. En el paso de Rajoy, ejecutado por Torres Dulce, se entrevén el desprecio y la visceralidad de esa derecha tan poco europea que copa los salones y medios de la capital. Un movimiento extraordinariamente torpe si existe una intención real de solucionar el conflicto; perversamente útil si solo se ejerce el liderazgo calculando los votos.

Hay dos poderes. La frase de Carme Forcadell en el mitin de final de campaña del 9-N, aunque dilapidó meses de trabajo en positivo, fue definitoria: «Votaremos contra el Estado español». Un voto contra un poder apuntalado en el inmovilismo, la falta de diálogo y la incapacidad para escuchar a sus ciudadanos. Con la querella, el poder del Gobierno central utiliza la legislación como coartada para ahondar en su carácter autoritario. Mala cosa. La sensación de coacción dilapida el consenso, arrasa el convencimiento y permite al poder de la Generalitat tocarse con el aura del contrapoder, con todo lo que esta situación significa: arrogarse el relato del que se rebela contra la sumisión, denuncia la opresión y se erige en garante de la justicia (en el sentido propio de la palabra), la democracia y la soberanía. La épica es suya.