El conflicto de Oriente Próximo

Entre la tregua y el Estado palestino

Pese a los más de 2.100 muertos, Hamás ha salido vencedor ante Israel en la última guerra de Gaza

XAVIER RIUS

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«Formando este Gobierno de reconciliación nacional declaramos el fin de una división que causó un daño catastrófico a nuestra causa nacional», proclamó el pasado 3 de junio el presidente palestino, Mahmud Abbás, al presentar el nuevo Gobierno de unidad entre Al Fatá y Hamás. Un Gobierno que ponía fin a ocho años de desencuentros entre las dos principales facciones palestinas pero que Israel rechazó al considerar a Hamás un grupo terrorista a la vez que se negó a levantar el bloqueo de Gaza vigente desde el 2007.

Pocos días después, tras el secuestro y asesinato de tres jóvenes colonos israelís en Cisjordania, Israel inició la ofensiva Margen protector contra Gaza, de la que, por más que el número de víctimas palestinas (2.140) sea 30 veces superior a la de israelís (70), ha salido vencedora Hamás. Pese a la devastación a la que sometió a la franja, Israel no fue capaz de evitar que Hamás y otras milicias lanzasen 4.562 cohetes hacia su territorio y alcanzasen por primera vez Tel-Aviv y su aeropuerto, que tuvo que ser cerrado, con lo que eso significa para la capital económica de Israel, que hasta ahora vivía al margen del conflicto. El abandono del entrenador del Maccabi de fútbol, Òscar García, debido a la guerra de Gaza es solo una anécdota de las consecuencias de que Israel ya no pueda mantener Tel-Aviv libre de cohetes palestinos.

Hamás no ha pagado ningún peaje social ni político por su ofensiva, ya que ahora Israel reconoce de facto la presencia de los islamistas en el Gobierno palestino. Por contra, Israel ha llegado derrotado y dividido a la tregua, no solo porque hoy Hamás es más fuerte que antes de ella sino porque se ha constatado el fracaso de la política de eliminación a base de bombardear directamente a los líderes del grupo. Pese a la implacable superioridad de su Ejército, Israel no ha conseguido debilitar al enemigo ni evitar el lanzamiento de miles de cohetes y tiene la pérdida de 67 soldados, algo que la ciudadanía israelí digiere muy mal. En resumen, Tel-Aviv ha demostrado su incapacidad de conseguir ese margen protector. Y Gaza consigue lo que desde el 2007 pedía: el fin del bloqueo terrestre de la franja y la ampliación de las millas en las que los palestinos pueden pescar.

Además, la magnitud de la devastación y la arrogancia con la que el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, se refería a los gazatíes como merecedores del castigo colectivo al que se les sometía han motivado un rechazo incluso de comunidades judías en el exterior y de supervivientes del genocidio nazi, como la carta que han publicado 40 supervivientes del Holocausto y 300 descendientes de víctimas en The New York Times, en la que tras condenar la matanza de palestinos hacen un llamamiento a sumarse a la imparable campaña internacional de boicot comercial y académico contra Israel.

Ahora el balón vuelve a estar en el tejado israelí. Pero está por ver si la complejidad de su sistema político proporcional, con muchos de sus líderes incapaces de empatizar con la población palestina -a la que consideran una anomalía histórica y demográfica de «esa tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra que es Israel»-, le permite negociar un Estado palestino viable partiendo de las fronteras de 1967 y con Jerusalén como capital.

Se perdió la oportunidad de la paz cuando fracasó el proceso de Oslo, avalado por los laboristas israelís y Yasir Arafat pero rechazado desde el primer segundo por el Likud de Netanyahu y por Hamás. Y Hamás, recordemos, fue apoyado durante más de diez años por la inteligencia israelí para debilitar a Arafat. Israel atacaba y humillaba al presidente de Autoridad Nacional Palestina, que murió de manera no aclarada tras casi tres años de asedio en Ramala, y mientras todo el sistema social y político de Hamás se expandía sin impedimentos por parte de Israel. Lógicamente, tras la muerte de Arafat Hamás ganó las elecciones, pero Tel-Aviv le negó la legitimidad con el argumento de que es un grupo terrorista y que no reconoce a Israel.

Ahora Hamás, con su aceptación de la tregua permanente con Israel y su compromiso con el Gobierno de unidad palestino liderado por Abbás, acepta la propuesta de un Estado palestino junto a otro judío. Y todo parece indicar que Abbás ha puesto sobre la mesa un calendario para la creación de ese Estado con las fronteras de 1967, para negociar después modificaciones que permitan la continuidad de algunos asentamientos a cambio de territorios limítrofes a Gaza y Cisjordania. Está en manos de Israel aceptarlo o no. En caso de que no lo acepte y continúe con su arrogancia, ampliando asentamientos o perpetuando la asfixia de Gaza, estaremos solo en una nueva y breve tregua.