La rueda

El entierro de la prisa

El 27-S tal vez no sea un día histórico, pero podría significar el triunfo del realismo

JORDI MERCADER

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A cuatro semanas vista, mis expectativas para el 27-S son modestas: que los ciegos vean y los impacientes se tranquilicen. Lo primero roza el milagro; pero aun así no desisto de que los catalanes españolistas acepten como una evidencia científica la fuerza del soberanismo; la suficiente, como mínimo, para ganar unas elecciones que ellos no han ganado nunca. Cuando quieran ver que este soberanismo no es un invento del Govern ni de TV-3, aunque ambas maquinarias hagan lo suyo por la causa, podrán encarar la cuestión con la seriedad que exige.

La segunda expectativa, la del final de la etapa de la independencia exprés, se intuye más fácil. Muy probablemente son muchos los dirigentes independentistas conscientes de que la estrategia de quemar etapas, inaugurada el 9-N del 2014, no ha dado los réditos esperados de ampliación del perímetro social de apoyo a la reivindicación. Los sondeos apuntan a una cómoda victoria de la coalición CDC-ERC, suficiente para gobernar y sostener viva la reclamación pero insuficiente para proclamaciones precipitadas. Será una suerte. La premura del ahora o nunca impuesta por el sector más excitado ha dejado más gente atrás que la que ha sumado. Sin embargo, se entiende la resistencia a reconocer el error. Para pasar del galope al trote necesitan un dato que lo justifique, y eso solo lo puede proporcionar el 27-S.

El entierro de la prisa podrá desanimar a los almogávares y a los defensores de la desobediencia civil como perfección de la democracia, que como mucho editarán alguna camiseta conmemorativa. Pero la pausa aconsejada por los previsibles resultados permitirá reconectar con el catalanismo soberanista que tiene como objetivo prioritario el ejercicio del derecho a decidir, con un referéndum como cita ineludible. El 27-S tal vez no sea un día histórico, según la generosa concepción actual, pero podría ser el triunfo del realismo.