Análisis

Enfermedades emergentes

Una investigadora, en el laboratorio de un hospital de Birmingham.

Una investigadora, en el laboratorio de un hospital de Birmingham.

ANTONIO SITGES-SERRA

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No hay duda de que las últimas décadas han visto la aparición de nuevas enfermedades relacionadas con los hábitos de vida propios de nuestra civilización industrial y consumista; dicho más genéricamente, enfermedades cuyas causas se relacionan con nuestros valores y nuestras conductas; en suma, con nuestra cultura.

El primer gran aldabonazo se escuchó a lo largo de las últimas décadas del siglo XX, cuando nos dimos cuenta de que algunas de las enfermedades más mortíferas, como el infarto de miocardio o el cáncer de pulmón, se encontraban íntimamente asociadas a un hábito transformado en adicción y esta, a su vez, en enfermedad: el tabaquismo. Luego llegó el sida como versión moderna de las enfermedades de transmisión sexual que han castigado secularmente a la humanidad. Más tarde percibimos que los hábitos alimentarios nos llevaban directamente al cáncer de colon, a la obesidad o a la diabetes, enfermedades que han alcanzado proporciones alarmantes. Hasta el drama del cáncer de mama tiene raíces en la transformación del rol social de la mujer y sus nuevas prioridades vitales. Y no digamos el cortejo de dolencias que rodean el abuso del alcohol o el consumo de drogas. Así pues, a medida que la medicina se ha hecho más y más biologista, las nuevas enfermedades hunden más y más sus orígenes en causas ambientales. Hipócrates llevaba solo parte de razón cuando insistía en que las enfermedades tienen un origen natural y no divino. Dime a qué dios menor veneras y te diré qué enfermedad padeces, hubiera escrito hoy el insigne griego.

Y aún queda mucho por descubrir. Aún desconocemos la influencia que pudieran tener sobre la salud fenómenos ambientales típicamente modernos como el cambio climático, la polución del aire y del mar o la marea electromagnética. ¿Mercurio en el atún? ¿Azufre en los vinos tintos? ¿Será tan inocuo como dicen el baño de ondas en el que estamos permanentemente sumergidos? Es posible que algunos de estos factores se encuentren en el origen de enfermedades -auténticas o supuestas- emergentes como la fibromialgia, la sensibilidad química múltiple o la bulimia y la ansiedad, que llevan a la obesidad mórbida. Quizá dentro de 20 o 30 años nos echemos las manos a la cabeza por tantas cosas que podríamos haber evitado. Recuerden los lectores que nadie en 1940 sospechaba que el tabaquismo acabaría convirtiéndose en una de las endemias más letales que ha conocido Occidente.

Desafortunadamente, algunas de las dolencias sobre las que nos pone en alerta hoy EL PERIÓDICO constituyen procesos de difícil catalogación, en los que el sustrato psicosomático parece obvio pero en los que se dan probablemente condicionantes ambientales que se resisten a dar la cara. Desconocemos sus causas y son de difícil diagnóstico. Los individuos que los padecen reclaman mayor atención sanitaria en el convencimiento de que su dolencia es equiparable a una enfermedad orgánica como puedan serlo el asma o la artrosis de cadera. Por su parte, las autoridades sanitarias y los tribunales médicos recelan de expandir la cobertura por enfermedad o las incapacidades laborales a procesos bajo los que pueden esconderse el fraude, la simulación o, simplemente, la hipocondría. El tiempo y la investigación aclararán las incógnitas. Mientras tanto... mucha prudencia.