El futuro del planeta
Energía y agricultura
La interacción del Sol y la Tierra nos ofrece vías para un nuevo paradigma energético y alimentario
Francesc Reguant
Economista. Miembro del comité asesor de la Acatcor (Associació Catalana de Comunitats de Regants).
FRANCESC REGUANT
Desde hace algunos años, la utilización de productos agrícolas para producir combustibles ha perturbado los mercados. Los precios de los alimentos se han indexado con los precios del petróleo. A su vez, la especulación está encontrando cada vez más apetecible el mercado de los alimentos, que por naturaleza es muy volátil. Eso incluso ha suscitado controversias de base ética. Olivier de Schutter, antiguo relator de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, ha considerado los agrocarburantes un crimen contra la humanidad. Sin duda, la especulación de los alimentos fomentada en parte por el impulso de los agrocarburantes ha afectado, en determinados momentos, a los equilibrios en la seguridad alimentaria, con severas consecuencias en el ámbito social y político. En cualquier caso, la relación energía-agricultura (o lo agroforestal, en sentido amplio) va mucho más allá de una mera coincidencia en las tendencias de precios.
Hasta ahora hemos utilizado la energía a partir de materiales que la disponían de forma especialmente concentrada. Hemos estado utilizando los ahorros del planeta en forma de petróleo o de minerales radiactivos, y los hemos dilapidado con enorme facilidad. El modo de obtener la energía ha comportado la construcción de grandes centrales térmicas (nucleares o basadas en la combustión de combustibles fósiles), acompañadas de grandes infraestructuras de distribución. Mientras tanto, hemos perdido de vista el origen de la energía que tenemos. Sin embargo, las cosas han cambiado. Razones medioambientales y la escasez progresiva de combustibles fósiles nos han obligado a tener en cuenta fuentes de energía que no condicionen el entorno y que sean ilimitadas en términos históricos, es decir, sostenibles y renovables. Eso nos devuelve al origen, es decir, al Sol y a la Tierra. Dos orígenes que colaboran para ofrecernos vías asequibles para captar la energía. Desde la Tierra se aporta el aire y la energía del Sol produce el viento. El Sol eleva el agua y produce lluvia, y la energía de la Tierra construye montañas desde donde recoger la energía hidráulica.
Pero el principal mecanismo para captar la energía solar nos lo ofrece la naturaleza a través de la fotosíntesis. La energía solar, en combinación con el aire, el agua y la tierra, es capaz, mediante la fotosíntesis, de producir distintos productos biológicos que son a su vez vectores de energía: alimentos, agrocarburantes, biomasa forestal, madera, biomasa agrícola, biogás. Nos situamos así ante un nuevo paradigma energético, con diversas consecuencias. Destaquemos algunas de ellas, no siempre reconocidas. En primer lugar, en la medida que las fuentes de energía renovables se hallan dispersas en el territorio y su captación también es dispersa, el proceso de producción, distribución y consumo requiere una concepción radicalmente distinta de la clásica de distribución desde grandes centrales productoras de energía. Las smart grids o redes inteligentes, a partir de una miríada de oferentes y demandantes de energía, es la opción de futuro, y por tanto la vía a impulsar, aunque el Gobierno español aún no lo haya comprendido.
En segundo lugar, si el suelo agrícola y forestal es la gran planta solar del planeta, y los agricultores los gestores del proceso de transformación de energía solar en productos básicos para atender nuestras necesidades (alimentos y combustibles), debería valorarse adecuadamente a este colectivo -los agricultores- y prestar especial atención a la conservación del suelo agrícola. Precisamente, en Catalunya, con esta finalidad, se acaba de poner a información pública el anteproyecto de ley del suelo de uso agrario.
En tercer lugar, puesto que las distintas energías renovables (eólica, solar fotovoltaica, termosolar y fotosíntesis, con todos sus productos derivados) usan el mismo terreno, el mismo suelo, es estratégicamente necesario que exista una planificación integrada de su uso y de los productos que de él pretendan obtenerse. Caricaturizando, no se trata de establecer un combate entre ingenieros industriales e ingenieros agrónomos sino de organizar con visión a largo plazo el uso óptimo de los recursos disponibles de acuerdo con las demandas y las necesidades de la sociedad.
Finalmente, otra reflexión sobre el uso responsable de los recursos naturales. Si hoy se descubriera la manera de multiplicar por 10 o por 20 la eficiencia de las plantas fotovoltaicas o las centrales eólicas, probablemente su descubridor lograría el Nobel. En agricultura, esto ya se ha descubierto y se llama regadío. Sin duda el agua debe atender múltiples usos, entre ellos el mantenimiento de los espacios naturales y la biodiversidad, pero debe reconocerse su importancia como factor multiplicador de la capacidad de captación de energía solar para producir activos biológicos.
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