ESPERANZAS Y TEMORES SOCIOTECNOLÓGICOS

Energía a espuertas

El 'fracking' y la fusión nuclear crean expectativas pero también abren nuevos interrogantes

RAMON FOLCH

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Si usted entra en la web de Lockheed Martin recibirá información sobre el nuevo caza F-35, capaz de despegar en una pista corta y aterrizar verticalmente, o sobre el Orion Multi-Purpose Crew Vehicle, un satélite artificial polivalente y tripulable. No se extrañe: Lockheed Corporation, ancestro de Lockheed Martin, fabrica artefactos voladores desde 1912, entre ellos el famoso avión de transporte C-130 Hercules o el deslumbrante L-1049 Super Constellation, el súmmum de avión comercial en los años 50. Lockheed Martin es una sólida compañía californiana, también capaz de fabricar barcos, helicópteros o misiles, que tiene 116.000 trabajadores y una facturación anual de 45.000 millones de dólares.

En la web en cuestión, junto a una abrumadora oferta de parafernalia bélica ultramoderna se anuncia que pronto Lockheed Martin pondrá en el mercado un revolucionario reactor nuclear de fusión. Dice que será lo bastante pequeño como para caber en un camión y lo bastante potente como para proporcionar energía a una ciudad de 100.000 habitantes (de 100.000 estadounidenses, se entiende, lo que equivale energéticamente a una ciudad tercermundista de un millón). O es un bluf considerable, o una noticia de gran trascendencia. En efecto, el programa ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor) pretende también producir un reactor nuclear de fusión, pero no lo ve posible hasta el 2035 o el 2045, aunque se trate del mayor proyecto de investigación jamás concebido, en el que, a partir de unos esperanzadores primeros resultados obtenidos en 1991, participan desde el 2006 la Unión Europea, Rusia, Estados Unidos, Corea del Sur, China, la India y Japón.

Entre tanto, la fractura hidráulica ('fracking') progresa a toda máquina. Es una técnica para extraer hidrocarburos atrapados en rocas profundas. Consiste en perforar un pozo e inyectar agua y aditivos a mucha presión hasta fisurar las rocas impregnadas de hidrocarburos y hacerlos emerger al exterior por el mismo pozo. La novedad es que ahora se está utilizando para obtener gas metano (gas natural) de determinados esquistos o pizarras ('shale gas'). Gracias al 'fracking', las reservas estimadas de gas natural triplican las anteriormente conocidas, según la EIA (Energy Information Administration) de Estados Unidos.

Todas estas buenas noticias aparentes tienen una contralectura. La fusión nuclear, que emula los procesos que tienen lugar en el Sol, aspira a unir dos núcleos de hidrógeno (deuterio) en un núcleo de helio, lo que libera cantidades ingentes de energía. Hidrógeno hay tanto cuanto se quiera y los residuos radiactivos resultantes son escasamente relevantes, contrariamente a lo que ocurre con la conocida fisión nuclear. El caso es que ya dominamos la fusión: se llama bomba de hidrógeno. La gracia sería confinarla magnéticamente de tal manera que en lugar de una bomba tuviéramos un reactor. El programa ITER o el artefacto anunciado por Lockheed Martin persiguen justamente eso, pero hay que estar muy seguro de que nada se descontrole...

La contralectura de la fractura hidráulica para obtener gas de esquisto, a su vez, es que tiene serias contraindicaciones ambientales si no se respeta un protocolo de actuación muy estricto: consume agua, emite metano a la atmósfera, puede inducir sismos, afectar a las capas freáticas, alterar el paisaje, etcétera (naderías, para algunos...).

Paralelamente a todo ello, se abre paso otra manera de ver las cosas. En vez de perseguir un mítico El Dorado energético (más verosímil a largo plazo en el caso de la fusión que en el del gas de esquisto, por cierto), hay quien trata de moderar la demanda. Naturalmente, esta aspiración se ve de inmediato ridiculizada por los comercializadores de hidrocarburos, muy competentes en su ramo pero acostumbrados a basar su negocio en la ineficiencia de sus clientes. Fríamente considerada, la posición de los partidarios de la contención (ahorro, eficiencia y suficiencia) es muy razonable. Más que ganar mucho, pretenden gastar poco. Es un principio de buena administración. Desde luego, si ganan bastante y no gastan mucho, mejor que mejor, así que hay tela que cortar. Por ello, confiar solo en la suerte (fusión) o aplazar el problema (gas de esquisto) es tan poco seductor como empecinarse únicamente en la austeridad.

En el 2002, los paleoantropólogos Eudald Carbonell y Robert Sala publicaron el libro 'Encara no som humans'. Un título provocador para llamar la atención sobre la distancia existente entre el pretencioso 'Homo sapiens' que decimos ser y la considerable mezquindad, la inmensa pereza y la deplorable falta de imaginación en las que naufraga la humanidad actual. Siendo tal como de momento somos, manejar demasiada energía incluso podría perjudicarnos, quizá...