Al contrataque
Enemigos ínfimos
Risto Mejide
Publicista
Publicista, autor y comunicador. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas y MBA por ESADE. Columnista, tertuliano y colaborador de radio. Imparte conferencias sobre Marca Personal. En televisión le hemos podido ver en ‘Operación Triunfo’, ‘G-20’ y ‘Tú si que Vales’ de Telecinco, 'Viajando con Chester' de cuatro y actualmente en ‘Al Rincón’ de Antena 3. Ha publicado varios libros, todos con gran éxito de ventas: ‘El pensamiento negativo’ (2008), ‘El sentimiento negativo’ (2009), ‘Que la muerte te acompañ’e (2011), ‘Annoyomics, el arte de molestar para ganar dinero’ (2013), ‘No busques trabajo’ (2013) y ‘Urbrands’ (2014), flamante Premio Espasa 2014. Es socio fundador y director creativo ejecutivo de la agencia AFTERSHARE.TV desde el 2007. Cuenta con más de 2,5 millones de seguidores en Twitter, 680K en Facebook y más de 225K en Instagram.
RISTO MEJIDE
Me gustaría referirme a Marcel Proust para arrancar este artículo. Citar a Rawls, a Gramsci o a Derrida para esbozar mi línea argumental, y a partir de ahí desarrollar. Me doy cuenta de que quedaría como dios, de lo más hipster y asambleario. Pero la verdad es que me voy a basar en Megamind, una de las últimas películas de animación de Dreamworks. Qué le vamos a hacer, son los referentes más recientes y honestos de cualquier padre que se precie. Ah, y encima la voy a citar para hablar de fútbol.
El caso es que he elegido esa peli porque tiene un guion de lo más curioso. Para empezar, el protagonista es el malo. Un malo que es tan bueno haciendo de malo que hasta llega a ganarle la partida al bueno. No, no estoy reventando el final. Porque ese es solo el principio. Y es que a partir de ahí el malo se da cuenta de que se aburre, que no sabe qué hacer con su vida, que él no es nada sin un bueno que esté a la altura de su maldad. Que la vida de un antagonista no tiene sentido sin un protagonista al que borrar del mapa.
Pues bien, fue exactamente así como me sentí el pasado sábado mirando el clásico. Vaya por delante que no le quito ni un ápice de mérito a los de Luis Enrique y al mismo Lucho. Cuando un equipo juega bien, juega bien y punto, y contra todo un Real Madrid es de quitarse el sombrero. Puede algún día estar mal, pero el Barça, si algo no sabe ser, es malo.
Sin embargo, a mí, que me gusta tuitear los clásicos más que a un tonto un lápiz -me he llegado a preguntar si no son la misma cosa-, hubo algo que me hizo contenerme y no decir ni mu durante todo el encuentro. Estuve buscando el momento de decir algo, y no lo encontré, había algo que fallaba y no lo descubrí hasta que vi el resultado final. Aunque un 0-4 no fuera un marcador insólito en este tipo de partidos, ni siquiera victorias aún más aplastantes me dejaron un regusto tan amargo como esta.
El rival no fue rival
Y la diferencia estuvo en el rival, que no fue rival. Fue un enemigo ínfimo. Y eso que sé poco o nada de fútbol. Pero precisamente por eso, para que me dé cuenta yo, es que no solo jugaron muy pero que muy bien, sino que lo hicieron contra un equipo que jugó muy pero que muy mal.
¿Y qué hacer cuando tu enemigo está en baja forma? Pues animarle.
No me gusta ver al Real Madrid así. No lo quiero volver a ver así. Yo no sé si el problema es Rafa Benítez, Florentino o la BBC. Y, francamente, me da igual. Como socio del Barça, exijo un Real Madrid a la altura de un clásico del siglo XXI. Que se arreglen pronto con sus problemas internos y que vuelvan a ser lo que fueron.
Quiero verles levantar cabeza, que vuelvan a disputarnos todos los títulos.
Y quiero hacerlo para volvérselos a ganar.
Piensen que podría haber sido peor. Podría haber marcado Piqué.
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