Emporio Aznar

El expresidente y su esposa han topado con Hacienda. El límite de la tolerancia de la sociedad ante las trampas de quienes quieren ahorrarse los impuestos por sus cuantiosos ingresos tiende a cero. Esta vez la pareja, a medio camino entre los Clinton y los Alcántara, deberán dar explicaciones.

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ANTÓN LOSADA

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Sin que nos diéramos casi cuenta, el expresidente José María Aznar y su esposa, Ana Botella, han ido mutando en lo más parecido entre nosotros a esas parejas de políticos que acaban convertidas en verdaderas sagas y emporios, tan comunes en otras latitudes. Son nuestros Tony Cherie Blair en Gran Bretaña pero más de derechas. Igual de diversificados y rentables que los Clinton en EEUU o los Sarkozy en Francia.

Se les parecen pero también poseen personalidad propia. Resultaría más preciso describirlos como una mezcla entre los Clinton y los Alcántara. Empezaron siendo esa familia tan típicamente española de 'Cuéntame' preocupada por la hipoteca, los estudios de los niños, la elección del Papa o el mantenimiento de la paz social. Pero han acabado siendo esa pareja emprendedora que mora en las terminales internacionales de los aeropuertos y duerme cada noche a miles de millas de la última sala de juntas. Para ellos el mundo nunca es suficiente.

HUMANIZAR A AZNAR

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Todo empezó cuando Ana Botella demostró su potencial como una aliada indispensable en el trabajado camino de su marido hacia la Moncloa. Ella debió afrontar el reto más difícil y lo resolvió con éxito. Fue la encargada de convencernos de que tras aquel funcionario de hablar monótono y aburrido, no muy alto y con la sonrisa atrincherada tras un bigote que parecía de otra época, se escondía un tipo con algo de interés. El relato de cómo la había conquistado a base de insistencia pronto se convirtió en una leyenda urbana. Vino a decirnos que no era simpático pero sí resistente, no sería carismático pero sí fiable. Nadie ha logrado humanizar tanto a Aznar, aquel señor monocorde y envarado que hablaría catalán en la intimidad.

Entonces ni lo imaginábamos, pero la derrota del felipismo acabó trayendo el aznarismo. En el nuevo régimen el verano no empezaba hasta que Ana Botella lucía oficialmente su pareo en Oropesa y no terminaba hasta que José María Aznar jugaba la partida de dominó en Quintanilla. Aquello era lo más cosmopolita entonces. Luego vinieron el fin de semana loco en la Azores, el rancho de Bush y los pies encima de la mesa como los potentados. Entonces el milagro era él. Ahora la aldea global es en su casa y su mercado.

LA BODA EN EL ESCORIAL: UN PUNTO DE NO RETORNO

El punto de no retorno se halla, sin duda, en la boda en el Escorial. Un acontecimiento que ha acabado resultando tan desastroso como la mortífera Boda Roja de 'Juego de Tronos'. Allí los Aznar perdieron el norte y se convirtieron en una versión adelantada y castiza de los Trump. Su vida empezó a convertirse en un 'reality'. Con Aznar convertido en Aznarman, el superhéroe que recorría el mundo impartiendo justicia y defendiendo la libertad de mercado, Ana Botella se puso al mando de las operaciones en el frente local.

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Pensábamos que lo habíamos visto todo en cuestión de solemnizar lo obvio con Aznar, hasta que Ana Botella inició su carrera política y llevó la obviedad al paroxismo en su intensa etapa como concejala y alcaldesa. La lista de pensamientos preciosos sería interminable. Solo ella podía revelarnos que en la catástrofe del 'Prestige' solo había un culpable: el barco, que en Madrid eran más libres que en Barcelona, que los mendigos son una dificultad añadida para la limpieza de las calles o esa indisoluble separación entre peras y manzanas.

'RELAXING CUP'

Pensábamos que lo habíamos visto todo en materia de fonética inglesa con Aznar y su demoledor acento tejano, hasta que Ana Botella se inventó la «'relaxing cup of café con leche in the Plaza Mayor'». Un acierto promocional y turístico equiparable a eslóganes míticos como 'España es diferente' o 'Y para comer, Lugo'. Con razón la Organización Mundial del Turismo la ha fichado como asesora. Siempre se llevan a los mejores. Esta fuga de cerebros resulta ciertamente insoportable.

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El 'emporio Aznar' ha topado ahora con Hacienda, que sale peor que topar con la mismísima Iglesia. Como bien recordó Bertín Osborne para justificar su 'offshore', parece que no han hecho nada que otros no hicieran durante los años de burbuja y abundancia fiscal: armar una sociedad que solo tiene como fin ahorrarse la mitad de los impuestos a abonar si declarasen esos cuantiosos ingresos por conferencias y asesorías como rentas de trabajo, como todo hijo de vecino.

Pero los tiempos han cambiado, más incluso que en la canción. El limite de la tolerancia ante las trampas de quien puede o sabe montarlas tiende a cero. Ya no vale reunirse con el ministro. O se dan explicaciones o se asumen responsabilidades. Parece que los Aznar no se ha enterado aún y eso suele ser malo para los negocios.