Opinión | Editorial
Empieza la campaña
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Dada la situación de crisis acuciante con la que se llega al inicio de la campaña electoral, será muy de agradecer a partir de la próxima medianoche que los partidos en liza pongan empeño en la moderación y dejen a un lado la grandilocuencia y las grandes promesas que todo el mundo sabe que no cumplirán. Si durante las dos próximas semanas se circunscriben a explicar sus programas con realismo, precisión y cifras concretas, los candidatos habrán cumplido con la misión de facilitar a los electores los instrumentos necesarios para ejercer un voto esclarecido. Si, por el contrario, se enzarzan en una confusa pelea de gallos, destinada a desprestigiar al adversario, la confusión se adueñará de la campaña y contribuirá a desorientar a los ciudadanos, alimentará el escepticismo y alejará el debate político de las inquietudes de la calle.
El debate televisado que el día 7 sentará frente a frente a Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy será una buena vara para medir la calidad de la campaña que nos espera. Es de desear que, también aquí, la moderación se imponga a la gesticulación vociferante y que prevalezca un dato incontestable que excede con mucho al compromiso de los partidos: la salida de la crisis que nos aflige depende tanto de la oportunidad de las recetas que maneja cada partido como de la evolución de un marco internacional en el cual España es un modesto actor secundario lastrado por el paro y el déficit.
Quienes afronten la campaña electoral de forma diferente se embarcarán en un esfuerzo sin sentido. La opinión pública sabe perfectamente a estas alturas que no quedan conejos en la chistera, que la crisis económica es devastadora y lo seguirá siendo, que no caben fórmulas milagrosas para salir de ella, que el Gobierno saliente no siempre anduvo ágil de reflejos, pero la oposición casi nunca ayudó, y que solo saldremos del hoyo con esfuerzo, imaginación, paciencia y austeridad.
Está en juego nada menos que la revisión del Estado del bienestar para que este sea duradero y viable, tenga encaje con las exigencias de la Unión Europea y no deje en la cuneta a los más débiles. Las estadísticas de todos conocidas y la realidad circundante no permiten aspirar a más, pero tampoco a menos.
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