Lo nacional y otras batallas

Elogio de la humilde indiferencia

Nos enfrentamos al desplome de todo lo que creíamos sólido y no tenemos ni idea de adónde nos encaminamos

Fachada de un edificio de Barcelona con banderas española, una 'senyera' y una 'estelada'.

Fachada de un edificio de Barcelona con banderas española, una 'senyera' y una 'estelada'. / periodico

EMMA RIVEROLA

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No tiene banderas ni himnos ni épica. No admite defensa en 140 caracteres ni eslóganes rotundos ni porvenires de gloria. No suele airearse porque crea recelo y es fácil de confundir con el desinterés o la abulia. Pero hay una indiferencia que puede ser selectiva, reflexionada, incluso trabajada. La indiferencia que se niega a elevar la causa nacional por encima de las otras. Es más, que se opone a apuntarse a una fila en concreto. Porque cree que, al fin, en todas las filas hay gente con la que comparte su forma de vida y gente con la que bien poco coincide. Porque le ahoga el aire que se respira cuando el pensamiento se hace demasiado uniforme y demasiado prieto y no se alienta la indisciplina ante lo mayoritario. Porque no le gustan los que ponen orden en las hileras. Y menos los que solo contemplan las querencias en función de las ideas.

Hay una indiferencia hacia lo nacional que se erige sobre la sospecha de que los desencuentros benefician a algunos. Y estos no son, precisamente, la mayoría. Una indiferencia fruto del pavor que produce constatar la capacidad de los humanos de dejar de entender al que piensa diferente y su incapacidad de ponerse en la piel del otro, su facilidad para inventarse, al fin, el odio.

UN MUNDO DE INTERROGANTES

El mundo se está poblando de interrogantes. ¿Dónde está mi empleo? ¿Dónde hay un sueldo digno? ¿Dónde está mi lugar, mi seguridad y mi futuro? Nos enfrentamos al desplome de todo lo que creíamos sólido y no tenemos ni idea de adónde nos encaminamos. Somos muchos, no hay recursos para todos y cada vez están peor repartidos. Sin ingresos no hay consumo. Y sin consumo no se aguanta el sistema.

Hay una indiferencia hacia lo nacional que prefiere reservar las fuerzas para otras batallas, que piensa que cambiar de bandera y de timonel no nos permitirá encontrar rumbos nuevos. Básicamente, porque las soluciones aún están por inventarse y serán globales o no serán. No, no hay épica en practicar la tozuda indiferencia, pero la realidad acaba devorando las gestas.