La rueda

Elogio del entusiasmo

Con la herencia recibida, esfuerzo, rigor e ilusión podemos lograr la mayoría de los objetivos

RAMON FOLCH

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Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury, publicó en 1709 la novela filosófica 'The moralist'. Reivindicó en ella el concepto de entusiasmo, al que dio un sentido próximo al actual. Hasta entonces, era el epíteto con que se estigmatizaba a los movimientos protestantes de poca monta, basados en argumentaciones filosóficas endebles. Martín Lutero introdujo ese uso despectivo de la palabra. Podría decirse que el entusiasmo luterano sustituía putativament a la falta de rigor.

Hoy es al revés. El entusiasmo es el complemento del conocimiento. Sin entusiasmo no se va muy lejos. Es justamente la falta de entusiasmo lo que ha debilitado a las nuevas generaciones occidentales, hastiadas ante cualquier cosa que exija esfuerzo, que son casi todas. Es con entusiasmo que se consiguen los grandes objetivos y se revierte la adversidad. En todo, desde el deporte hasta la política, pasando por la vida profesional y personal.

La propia realidad natural y la magnitud del patrimonio cultural que hemos heredado debe movernos al entusiasmo. Es fantástico que, por el mero hecho de nacer hoy, tengamos al alcance los resultados de siglos de esfuerzo civilizador, desde la seguridad médica o alimentaria, hasta las telecomunicaciones, la literatura o la música. Y, quizá más que nada, un orden jurídico y político, tan pefectible como se quiera, pero muy por encima de la bestialidad de la fuerza bruta paleolítica.

En Catalunya tenemos ahora un motivo suplementario para entusiasmarnos. Se nos abre la posibilidad de dejar atrás mucho peso muerto asociado al 'ancien régime' español. Enfrentándonos a riesgos e incertidumbres, claro está. Los riesgos y las incertidumbres que el entusiasmo ante un nuevo horizonte de progreso nos ayudará a superar. Tenemos razones para el entusiasmo y lo necesitamos. El de Shaftesbury, desde luego.