Ideas

Elogio del buen insulto

XAVIER BRU DE SALA

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Atendiendo a que, en cualquier idioma, el repertorio disponible de insultos supera de largo el de elogios, invertir las proporciones es signo de civilización. Para comprobar hasta qué punto el dato de partida es escalofriante y habla mal de nuestra especie, basta ampliar una listilla de insultos con el diccionario de sinónimos. No cabrán ni en 10 rollos de papel de wáter. Hagamos ahora el mismo ejercicio con los elogios, y ya veréis como la secuencia que empieza por bueno, fantástico y excelente termina a continuación. Dispondréis así de un argumento irrebatible, el día que os pille un ataque de misantropía, para imponer un avergonzado silencio a los rousseaunianos.

Un signo infalible que acompaña el éxito de las naciones es que las exitosas han procurado podar la exuberancia de los insultos, o bien sofisticarla a base de talento literario, y al mismo tiempo afilar la imaginación para desplegar un repertorio inteligente de elogios. Los satíricos latinos, de Lucilio a HoracioJuvenal, MarcialQuintiliano, son el mejor ejemplo. Incluso puestos a insultar, nadie como Catulo para afinar la grosería. Recordemos asimismo que, como la sátira moderna, el panegírico, con Plinio el Joven al frente, es una de las claves de la longevidad del imperio romano. No hablamos de fruslerías.

Es por ello que uno de los pocos actos de patriotismo no censurables, sobre todo si tenemos en cuenta que las invocaciones a la patria suelen ir acompañadas de muerte en masa de congéneres, consiste en morderse la lengua, o alternativamente retorcérsela, antes de proferir insultos a cántaros, así en la red como en los rotativos catalanes.

Escolio: una cosa es dárselas de intempestivo, querido articulista sabatino, y la otra destilar bilis primaria a diestro y siniestro, en pública tribuna, poniendo en evidencia, una vez más, que la mala leche, cuando se usa como remedio contra la ignorancia, suele producir, según advertía Leopardi y retocamos, efectos de autorretrato con orejas alargadas.