Al contrataque

Elogio de la ingenuidad

Quienes hoy harán esta V gigante son muy ingenuos, pero lo único que han podido hacer los políticos ha sido seguirles

ERNEST FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Contra la intransigencia, la candidez. Quizá lo más espectacular de este tercer tsunami que hoy volverá a arrasarnos no es ni la estremecedora imagen aérea de la Vni la cifra brutal de asistentes, sino algo intangible, casi inasible, que flota en el aire de este movimiento popular que no desfallece. Esta vez, lo más devastador es lo más elemental: se llama, simplemente, ingenuidad. Porque hay que ser maravillosamente ingenuo para creer por tercera vez que una ola anónima doblegará a un Estado. Hay que poseer una candidez y una fe a prueba de bombas para convencerse de que el 9-N se va a celebrar. Y hay que ser extremadamente inocente para confiar en que unos políticos atrapados en sus propios intereses serán capaces de desobedecer a un tribunal al que ellos mismos han desautorizado cuando les ha convenido.

Estas familias enteras que hoy van a salir juntas de casa por tercera y definitiva vez no van a pasear la fractura que tantos proclaman pero que nadie ve, sino a reclamar algo tan sencillo que se resume en cinco letras: votar. Ya sabemos que a esta distinguida ola de ingenuos se la insulta desde hace meses y se la acusa de ser un rebaño manipulado, acusaciones que fabrican desde intelectuales de izquierdas hasta esas teles tan católicas que se escandalizan de todos los evasores de impuestos excepto de la Iglesia eximida de pagar el IBI. A la masa anónima catalana que pide urnas se la presenta como ilegal, inconstitucional y fuera del espacio, pero el éxito de tales iniciativas vuelve a morir, por tercer año seguido, en la pira purificadora de una Diada que se lleva cada año por delante los viejos intereses del statu quo.

Curioso fuego amigo

A los francotiradores ajenos se les ha unido últimamente un curioso fuego amigo, un núcleo de pensadores locales que, con aires de estadistas y haciéndose los interesantes, nos empiezan a decir de repente que quizá lo más inteligente sea aplazar las urnas. Sí, algunos de los que hasta hace nada ponían el 9-N como principio y fin de todas las cosas, de repente parecen haber descubierto la evidencia de que el Tribunal Constitucional declarará la consulta ilegal y aquella prisa se ha transformado en sospechosa paciencia. Dicen que ahora lo más sensato es esperar y que ha llegado el momento de poner en el horizonte otra zanahoria, esta vez unas elecciones presuntamente plebiscitarias. Todas estas teorías de despacho olvidan por tercera vez que es esta multitud de inocentes, y no ningún presidente, lo que ha removido los cimientos de este país. Es cierto, quienes hoy harán esta V gigante son muy ingenuos, pero lo único que han podido hacer los políticos ha sido seguirles. No van detrás de ningún líder porque los líderes son ellos. Ante el cinismo de los que los utilizan, bendita sea su candidez. Se confirma que, a veces, la ingenuidad es un arma de destrucción masiva.