Receta para Unió

Los democristianos deberían elaborar una propuesta basada en el estado propio y la justicia social

Ramon Espadaler

Ramon Espadaler / MARTA PÉREZ

XAVIER BRU DE SALA

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Llegará un día en que muchos de los que ahora participan en la campaña de demolición de Unió, ciertamente feroz, echarán de menos un partido soberano, soberanista, prudente, posibilista, socialmente avanzado, de centro y centrado. Dado que en política imperan los vasos comunicantes, el espacio natural de Unió, mucho más amplio de lo que reflejan los votos, no será ocupado por esta CDC reconvertida en pasarela electoral hacia ERC, sino por formaciones hostiles al catalanismo. Malos tiempos por las derechas.

En la etapa autonómica, UDC caminó sobre dos patas, Convergència y Josep Antoni Duran Lleida. El venerable partido de Carrasco i Formiguera está ahora sentado en tierra y debate para levantarse. Además de la escisión de los independentistas, sufre un goteo de deserciones destacadas. La situación no es para echar cohetes, sino bengalas de socorro. Pero en los turbulentos océanos de la política, infestados de tiburones, no abundan las embarcaciones de salvamento marítimo.

Si no se quiere acabar de hundir, Unió se debe valer de las propias fuerzas, corregir la imagen negativa y elaborar una propuesta abierta de futuro basada en el estado propio y la justicia social. Aun así...

Aun así, de manera simultánea a la propuesta de estado propio, Unió tiene que hacer las paces con el independentismo. La hostilidad desplegada por las baterías convergentes, unida a la impericia de la ruptura, son los causantes de una mala imagen de Unió en el main stream del catalanismo, ya por completo soberanista. Para reconvertir las antipatías desplegadas, o cuando menos para neutralizarlas, el partido que dirige Ramon Espadaler se debe alejar del antiindependentismo. El espacio ‘anti’ ya dispone de tres partidos, y con dos tendría bastante, de forma que no hay lugar para un cuarto, y menos si participó, como coprotagonista y hasta el penúltimo minuto, en la deriva independentista.

El espacio vacante, la bandera que a estas alturas muchos seguirían, y muchos más en el futuro, pero nadie levanta, se llama estado propio. No referéndum a cara o cruz, sino Estado propio, con reconocimiento de soberanía y preferiblemente no independiente. Esto conlleva la conceptualización del independentismo como palanca del cambio. El independentismo tendría que ser valorado en positivo por la nueva Unió como instrumento -reversible- del estado propio, no como dogma de fe y finalidad incuestionable.

En el campo social, y al amparo de los nuevos vientos que soplan del Vaticano, bienvenidos por buena parte de la izquierda, incluso radical, Unió debería denunciar con claridad el aumento de la desigualdad y explicitar propuestas de reforma para revertirlo sin cuestionar el sistema.

Y esto puede ser todo lo que necesita para levantarse. Perfilar bien el mensaje, creer en él. Bajar escalones de humildad. Perseverar.

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