MI HERMOSA LAVANDERÍA

El vestido de novia

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El vestido de novia

Isabel Coixet

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Un sol de primavera espectacular ilumina la vieja ciudad universitaria. Llegamos al hotel, mi madre y yo, agotadas tras varias horas de viaje en avión y en coche. El hotel está en pleno centro, a corta distancia de todas las cosas que hay que ver. Es el más antiguo de la ciudad y la moqueta ha conocido tiempos mejores. Entramos en la habitación y dejamos la maleta en el suelo. Mi madre entra en el baño. Empieza a sonar la alarma antiincendios. Le digo en broma a mi madre si ha sido ella la que ha tocado un botón que no era. Mi madre dice que, por supuesto, no. La alarma se para. Pensamos que será una falsa alarma o uno de esos simulacros de incendio. Pero no, vuelve a sonar con más fuerza. Abrimos la puerta y vemos a un empleado del hotel corriendo por el pasillo y diciendo: "It’s a real fire!" (¡Es un incendio de verdad!).

Empezamos a salir seguidos de gente que corre, algunos en pantalón corto, otros en bata. Huele a humo. Ya en la calle, oímos las primeras sirenas acercarse. Varios policías nos indican que nos apresuremos y vamos a un local de un teatro que está unas puertas hacia abajo, hacia el cual también se dirigen los empleados del hotel: conserjes, cocineros, camareros... La zona ya está acordonada. Cuando miramos atrás, vemos una enorme columna de humo que sale del hotel. El olor es más fuerte. Llegan un par de camiones de bomberos. En el vestíbulo del teatro alguien reparte tazas de té. Nos hacen apuntarnos a una lista para comprobar si todos los huéspedes están a salvo. Empiezan a circular rumores: el origen del fuego está en la cocina y ha ido hacia arriba, en el spa del sótano, en la parte nueva del hotel, en la antigua, el techo se ha desplomado…

Una chica en albornoz llora desconsolada en los brazos de un chico. La gente se pregunta si alguien de su familia se ha quedado atrás. Pero no es eso: se casa al día siguiente y su vestido de novia está en la habitación. Llega gente hospedada en el hotel que no estaba en él cuando empezó el fuego. Preguntan por sus cosas, por los pasaportes que se han quedado en las habitaciones, dónde van –vamos– a pasar la noche. El subdirector del hotel se sube a una silla y empieza a decir que creen que no ha habido nadie herido, pero que van a pasar lista. La novia sigue llorando. Los clientes, en voz alta, preguntan interrumpiéndose unos a otros si van a devolverles el dinero, qué pasa con el banquete de bodas del día siguiente, si van a pagarles cepillos de dientes, cremas, jabones, jerséis y pantalones a los que van en bata. El subdirector, imperturbable, dice que sí a todo y que en unas pocas horas nos habrán buscado acomodo, tanto a los de la boda como a los que no. Nos siguen ofreciendo té.

Tres horas más tarde, estamos de camino a otro hotel con lo puesto. Mi madre se acuerda de la novia que se ha quedado sin vestido. "Dicen que cuando llueve el día de tu boda eso trae suerte, pero ¿qué pasa si hay un incendio?". "Yo de ella, lo interpretaría como una señal", digo. "Bueno, si se casa finalmente mañana y le va bien, siempre puede decir que fue un buen augurio y si le va mal, que le eche la culpa al incendio". Mi madre es muy sabia.