monólogos imposibles

El último gladiador

dominical 627  barril Munir

dominical 627 barril Munir / periodico

JOAN BARRIL

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De vez en cuando me acerco al mar y me dejo llevar hasta el horizonte. El mar es esa línea por la que algún día llegó mi padre peinando las olas. Yo no sé si soy mejor que mi padre, pero a eso aspiraba él cuando llegó a la Península desde el sur. Dejó atrás el peligro y se dedicó a buscar la felicidad en los fogones. Ahí me tuvo a mí, en una tierra de reyes cristianos llamada San Lorenzo de El Escorial. Y de allí fue a buscar otro mar más bravío y enorme que se dejaba pescar en las cocinas vascas. Fueron muchas horas de esfuerzo mientras yo iba en pos del balón de la bajamar y de los clubes de Madrid, como el Galapagar. Pero lo que los ojeadores del Madrid no quisieron ver lo vieron los del Barça y me llevaron a una casa de piedra llamada La Masia. Fue ahí donde descubrí el tacto esponjoso del césped. Y allí empecé a marcar mis goles. Eran goles pequeños, pero necesarios para que los místeres del Barça se fijaran en mí. Empecé la Liga con el primer equipo y ahí estaba Messi para darme balones y, en las gradas, estaba Del Bosque, que me llevó a la selección española solo para que Marruecos no se hiciera conmigo. Cuando tanta gente importante te busca y te encuentra es señal de que has triunfado.

Yo no sé si las cosas me irán tan bien como hasta ahora en esta vida. No sé si algún día tendré que embarcarme de nuevo hacia el horizonte de mis padres. Tampoco sé si tendré que abjurar de mis creencias ni si algún día acabaré jugando en Catar. La verdad es que hoy me siento un afortunado, pero la fortuna es como un viento cálido que se enfría durante la noche. No debería creerme que soy más que mis compañeros de país. A veces me dicen que lo deje todo y que vaya a Casablanca o que me deje llevar por el entusiasmo de mi gente. Pero eso no se va a producir. Lo leí en los ojos de Messi, cuando tuvo que ir a su selección y sus compatriotas le hicieron la vida imposible. Yo solo quiero jugar al fútbol y no pretendo ser el mástil de ninguna bandera. Las cosas me han ido bien hasta ahora y no quiero que ninguno de mis compatriotas esperen para ellos mismos lo que mi padre hizo por mí. Al fin y al cabo, sus alegrías son las mías. Cruzó el mar para ser más feliz gracias a mi habilidad con el balón. No voy a decepcionarle. Solo a él me debo. Y a él le agradezco lo que hoy soy en este país que levanta enormes verjas para impedirnos el paso.

A mí la Guardia Civil me saluda cuando entro en el campo, pero si estuviera al otro lado de la frontera, me dispararía. Ese es el destino de los gladiadores. Salimos al campo para satisfacer el entusiasmo de los que, si pudieran, nos mandarían de nuevo a jugar con las cabras y los guijarros del desierto.

No quiero olvidarme nunca de que todo aquello que soy forma parte del azar. Me ha tocado ser el dueño de mis pies ligeros. Pero no soy el dueño de mi riqueza precoz. Tal vez algún día me quedaré junto a mi padre trabajando en la cocina. Y viviré con él en el esfuerzo y en la nobleza de los que hemos hecho de nuestras manos nuestro único capital. Porque las manos son para siempre y los pies se acaban hundiendo en la arena.