La evolución de un sector económico clave

El turista sospechoso

El turismo debía ser una forma de acercarnos entre nosotros y hoy es una actividad de desencuentro

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JOAN BARRIL

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Poco se podía imaginar el cineasta Pedro Lazaga cuando llevó a las pantallas su película El turismo es un gran invento, que el invento se convertiría en maldición. Paco Martínez SoriaJosé Luis López Vázquez y Antonio Ozores encarnaron a los ibéricos y babeantes descubridores de suecas mientras el ministro de la cosa, un tal Fraga Iribarne, se frotaba las manos. El turismo era un gran invento porque en aquellos años que siguieron al plan de estabilización convenía abrirse al mundo y a los placeres que la honesta España ofrecía a los malcriados europeos.

Pero los tiempos han cambiado. Y el turismo, de pronto, es considerada una actividad sospechosa. Por lo visto no hay turismo bueno. A veces se habla del turismo de borrachera, en otras ocasiones se tiembla con la llegada anual del Salou Fest. Basta colocar el adjetivo turístico a un apartamento para que ese apartamento se convierta en un antro molesto. Se intenta evitar el tránsito de autobuses cerca de la Sagrada Família y se fuerza a los turistas a una pequeña caminata, pero eso no gusta al barrio. La más reciente iniciativa turística consiste en sacar a las hordas de visitantes del centro de la ciudad y llevarlos a conocer barrios pequeños como Horta. Y ahí están los vecinos, como si fueran un remedo del poblado de Astérix, diciendo que no les gusta salir a la calle y encontrarse con extranjeros que les hacen fotos. El turismo había de ser una manera de acercarnos los unos a los otros y hoy es una actividad de desencuentro.

El turismo tal como lo entendemos se empezó a gestar en las casas aristocráticas de la Gran Bretaña. Era costumbre a finales del XVIII y a lo largo del XIX que los herederos pudientes se fueran al continente a pasar tres o cuatro años. Era lo que consideraban el Grand Tour. Suiza y la riviera francesa fueron los lugares preferidos por aquellos extranjeros cultos y excéntricos pero muy ricos. También llegaron a las calles de la riviera los nobles rusos que hicieron olvidar el humanismo de los primeros viajeros como Goethe o Byron.

El impacto económico del turismo se suele contabilizar por el número de visitantes y de pernoctaciones. Los aeropuertos llaman a las flotas low cost y el turismo de intervención inmediata desembarca en enormes cruceros. En Europa hay determinadas ciudades que ven el turismo con la preocupación de quien está perdiendo su identidad. El caso más paradigmático es, sin duda, Venecia. Pero También Barcelona asiste a un cambio de sus actividades comerciales. ¿De qué nos sirve que pasen buses turísticos a una frecuencia superior a los autobuses urbanos? ¿Qué está pasando en la Boquería cuando el mercado de abastos se ha transformado en un decorado fotográfico? La preocupación por la Rambla y las extrañas ordenanzas sobre sus comercios, ¿contribuyen a atraer o a rechazar?

No es lo mismo, pero vale la pena analizar los cambios que el turismo masivo provoca en lugares difíciles. Tomemos el caso de la lejana isla de Bali, una isla singular por su cultura y su religión enmarcada en Indonesia. Tras la Segunda Guerra Mundial los balineses fueron masacrados por el ejército. De la misma manera que apareció el odio, llegó la concordia. En 1972 llegaban a Bali 40 turistas diarios. Al cabo de un año el gobierno indonesio clausuró los derechos de aterrizaje en el aeropuerto balinés de Denpasar de las compañías Cathay Pacific y amenazó a Thai, la australiana Qantas y la entonces existente Pan Am. Se trataba de mantener un cierto equilibrio ecológico entre población foránea y local. Debido a la invasión turística, los terrenos más elevados de la isla experimentaron un aumento de la desnutrición. No solo eso: la necesidad de albergar al turismo comportó un incremento de los precios inmobiliarios y una paulatina desaparición de la arquitectura tradicional de la isla. Eso pasó hace mucho tiempo en  la llamada isla del amor. Por fortuna Catalunya goza de una solidez mayor, pero el modelo valenciano de grandes construcciones costeras y de promoción de campos de golf no están tan lejos de algunas iniciativas como las de BCN World.

Cabe preguntarse si ese aluvión de turismo de un solo día acaba compensando las enormes inversiones que se exigen, desde las canalizaciones de aguas y de energía hasta los emisarios que van a las depuradoras, desde los nuevos viales de circulación hasta el incremento de los cuerpos de seguridad. Regular una actividad como el turismo no es de buena educación, pero mantenerla en manos de la iniciativa privada de importación convierte el turismo en una plaga. Algo hay que hacer para evitar que este país al que Cervantes calificó de «archivo de la cortesía» no acabe siendo uno de los países más antipáticos del mundo. El turismo puede llegar a ser un gran invento de desnaturalización.