NÓMADAS Y VIAJANTES

El triunfo de la ética

Bob Woodward y Carl Bernstein en la redacción de 'The Washington Post'. A la derecha, el edificio Watergate y abajo las cintas y la grabadora que utilizaba Nixon en la Casa Blanca.

Bob Woodward y Carl Bernstein en la redacción de 'The Washington Post'. A la derecha, el edificio Watergate y abajo las cintas y la grabadora que utilizaba Nixon en la Casa Blanca.

RAMÓN LOBO

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Han pasado 40 años de la dimisión de Richard Nixon, de la epopeya periodística de los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, apoyados por jefes exigentes, tenaces y valientes: el director de The Washington PostBenjamin Bradlee, y la dueña del periódico, Katherine Graham. Entre todos tumbaron al 37º presidente de EEUU, quien violó la Constitución y falló a sus conciudadanos. Entre todos escribieron una de las páginas más bellas y gloriosas del periodismo del siglo XX.

Han pasado 40 años del triunfo de la libertad de expresión, de la ética, sobre el abuso y la amoralidad de los que se sienten impunes. El Watergate es la investigación periodística por excelencia, el modelo. El origen fue, como sucede casi siempre, un soplo. Ya sabemos que Garganta Profunda fue William Mark Felt, número dos del FBI molesto por no llegar a número uno.  No basta con sentir repugnancia ante el delito, a menudo es necesario el impulso de un motivo personal.

Seymour Hersh, el gran referente de la investigación periodística, reveló al público la existencia de la matanza de My Lai, ocurrida en Vietnam el 16 de marzo de 1968, y las torturas cometidas en Abu Ghraib, en Irak, una información que acabó con el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld. El método Hersh consiste en cortejar a los agentes de la CIA y de la NSA jubilados. Siempre hay alguno molesto, que se siente mal tratado, poco respetado en su trabajo.

Lo dijo George Orwell: «Noticia es todo lo que alguien no quiere que se publique, el resto es propaganda, relaciones públicas». Hay otra cita del escritor británico que le cuadra a Nixon y a muchos dirigentes contemporáneos: «El lenguaje político está pensado para que las mentiras suenen a verdades y el crimen parezca respetable». Y en eso estamos en España: que la manipulación de las cifras parezca recuperación económica.

En estos 40 años han cambiado muchas cosas en la industria periodística, pero no tantas en el poder y sus aledaños que siguen agitando la mentira como su principal razón de ser. No hace falta irse muy lejos, ni salir de Catalunya para saber de qué estamos hablando. El poder miente porque en su naturaleza está ocultar lo que le perjudica y en vender lo que le interesa, que por lo general es falso o exagerado.

Uno de los grandes legados del Watergate y del Post es que un periodismo serio y responsable en el manejo de las fuentes interesadas y de los hechos, capaz de comprobar y volver a comprobar cada dato, cada afirmación, es imprescindible para la salud democrática. La vigilancia del poder es más urgente que nunca en un mundo en el que la élite política ha ocupado la totalidad del Estado, incluidos sus altos tribunales, comisiones de la competencia y tribunales de cuentas.

El periodismo que echó a Nixon ya no existe. Nos lo cargamos los periodistas. No supimos hacer bien nuestro trabajo: nos faltó independencia y excelencia. En EEUU, y en Europa, cabeceras de gran prestigio se tragaron todas las mentiras de George Bush y Tony Blair para invadir Irak en 2003. En España estamos peor: aquí, el ciudadano nos percibe como una parte de la élite, más cerca de su defensa que de su denuncia. En España sería casi imposible una investigación como la del Watergate, y escándalos y abusos de poder no faltan.

La crisis económica, la irrupción de internet, el suicidio de regalar contenidos en las webs, los recortes en información y viajes, los ERE y la becarización de las redacciones, nos resta instrumentos y capacidades para vigilar al poder, para resultarle molesto, que es nuestro trabajo. Ahora debemos convencer a miles de lectores descreídos de que hemos aprendido la lección, que estamos más cerca de los Woodward y Bernstein que de las ruedas de prensa sin preguntas, de que somos necesarios, esenciales para escapar de la propaganda. Solo hay un camino: el viejo periodismo y merecer que paguen por nuestro trabajo.

Resistir presiones

Ahora tenemos redes sociales, blogs, webs, tuiteros que transmiten la información a una enorme velocidad. El poder que controla la mayoría de los medios escritos en España teme a las redes, a su eficacia. Tenemos que trasladar las lecciones del Watergate, de ese periodismo heroico que resiste las presiones de un presidente que amenaza con hundir un periódico, y aplicarlas a las nuevas tecnologías.

Decían que el futuro eran las tabletas, ahora parece que se estancan. Ahora afirman que el futuro son los móviles, pero en este periodismo hecho por gerentes hay muy pocos capaces de titular a contracorriente en el bombardeo de Gaza, pocos que defiendan el viejo periodismo de molestar a la élite, de ser sus fiscales, las moscas cojoneras.

Si fuimos capaces de tumbar a un presidente de EEUU somos capaces de cualquier cosa. Solo hay que creérselo y convencer al lector de que estamos de vuelta, otra vez a su lado, que es nuestro sitio.