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El teorema de Nacho Vidal

RISTO MEJIDE

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El amor que sientes por alguien debería morir con ese alguien. La frase, dura como pocas he oído en mi vida, me la dijo hace poco mi señora madre, que, como toda abuela principiante, de pronto se siente cualificada para ponerse a sentenciar.

Y como quien no quiere la cosa, nos pusimos a hablar de cosas de las que nunca hablamos. Y cuando ya me había olvidado de la primera frase, volvió a darme otro sopapo en forma de sujeto, verbo y predicado: por qué los seres humanos no conversamos casi nunca sobre lo realmente importante, y le dedicamos tanto tiempo a decirnos tonterías. Y volví a sentir como temblaban mis rodillas bajo la mesa, mis labios sobre mis dientes y el suelo entero bajo mis pies.

Los vacíos. Esos vacíos que en realidad están llenos. Esos trasteros donde jamás llega la luz. Es el punto G de la vida; todos sabemos que existe, pero a la hora de ponerse a ello casi nadie sabe dónde está. Por eso son unos grandes desconocidos. La antimateria de la rutina. Nuestro desván emocional. Los huecos de nuestra biografía, donde ponemos todo aquello que duele demasiado tener que recordar.

Cada vez me doy más cuenta de que la verdad sobre cada uno de nosotros se esconde entre esas rendijas de realidad. Porque juega al escondite con nuestra consciencia, porque se sabe inoportuna e inconveniente, porque es la única que conoce todo aquello que no nos conviene desempolvar.

Por qué no hiciste aquello que querías hacer. Por qué no dijiste lo que deberías haber dicho. Qué hubiera pasado si hubieras contestado sí. O si te hubieras plantado allá. Ese amor que no perseguiste. O aquél del que no te supiste apear. Esa carrera que no estudiaste. Las cosas que jamás nos explicamos como pareja. Los lugares hacia donde nunca nos convino mirar. El día que decidas desempolvar cualquiera de esas preguntas, apártate porque la onda expansiva puede ser letal. O no.

Si lo piensas demasiado, nos pasamos la vida en un antónimo insustancial. Son los llenos vacíos. Vacíos de gente relevante para nosotros. Vacíos de momentos que recordar. Llenos de nadería. Y tal y tal. Bla. Bla. Bla.

Ya, ya sé que no todo ni puede ni debe ser intenso. Hay estupendos tan estupendos que han llegado a morir de trascendencia. Aquí yace otro hipster de la gilipollez abusiva. Descanse en paz.

Y sin embargo, a lo largo de una misma vida, si tienes suerte y como mucho, tendrás dos o tres conversaciones memorables. Serán conversaciones que jamás habrás planificado. Serán momentos que vendrán disfrazados de uno más. Pero en cuanto te ocurran, o mejor dicho, en cuanto ya hayan ocurrido, los reconocerás, sin fisuras, sin lugar a dudas, con absoluta claridad. Son conversaciones que cambiarán el curso de las cosas. Son nuestros verdaderos puntos de inflexión. Jornadas de forma convexa que se volverán cóncavas al recordar.

A toro pasado no te preocupes que ya intentarás darles significado, algún sentido y sobre todo, una intención, un porqué. En realidad pasó porque yo lo quise, porque no lo evité o mejor aún, porque tenía que pasar. ¿Tú no eres Aries? Pues a los Aries les pasan esas cosas. Sobre todo los que tenéis ascendente en la cuarta casa. Otro hipster al hoyo. Y tal y tal. Bla. Bla. Bla.

Por eso hoy quiero invitarte a explorar tus vacíos llenos. Sentarte ante alguien que te importe y atreverte a decirle aquello que jamás supiste admitir. Dejar de esperar a que pasen las cosas. Y por una vez en tu vida, forzarlas a hacer que ocurran. Empujarlas a pasar.

El gran Joaquín Lorente decía que triunfar es llenar vacíos.

Yo lo llamo el Teorema de Nacho Vidal.