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DAVID TRUEBA

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La campaña electoral está calculada para durar el año completo, por ello es bueno reparar en una verdad dolorosa. La política no es tan sencilla como suena en el mitin. Su exposición a las variantes de espacio y tiempo es brutal. Por eso, en el cálculo de los profesionales, siempre tiene mucha importancia la ocasión propicia para convocar elecciones. Conviene hacerlo cuando sube tu ola y no cuando baja, cuando aprecias debilidad en el rival, cuando el accidente que es la actualidad política aparenta sonreír. Pero esa es la tendencia utilitarista que encubre una complejidad mucho más interesante. Basta con mirar hacia el nuevo mapa de relaciones en el Oriente Próximo. La cancelación de las revoluciones primaverales en favor de dictaduras locales y la irrupción de las fuerzas islámicas empujan a Estados Unidos e Irán a sellar un acuerdo, tras décadas de enemistad. El gobierno israelí hace todo lo que está en su mano por boicotearlo, porque no quiere perder de vista la negación iraní de su derecho a la existencia, pero al tiempo delata que la alta temperatura del conflicto externo le libera de tener que explicar su constante represión inhumana en los territorios ocupados.

No son pocos los que se preguntan si los derrocamientos de Sadam Husein y Gadafi han sido torpezas estratégicas que han condenado a sus países al caos y la desmembración. Si la prioridad fuera liberarse de líderes sádicos, no faltarían candidatos a recibir un castigo similar, pero me temo que los intereses se mueven por otros factores. La evolución de la guerra civil en Siria es ejemplar en este sentido. Después de cuatro años y cientos de miles de muertos, el tablero de ajedrez internacional ha reordenado las fichas. Recuerdo la insistencia de Oliver Stone, hace tres años, durante un festival de cine en el que coincidimos, en afirmar que Obama terminaría por bombardear Siria sin atender a razones. La realidad es otra y los críticos también reciben lecciones de la política, si quieren recibirlas, lo cual no es probable, porque lo fácil es pensar que siempre tienes la razón y que los incoherentes son los demás. Bachar al Asad camina con paso firme hacia la conversión en aliado de los Estados Unidos tras sobrevivir a las presiones internacionales y reafirmarse en el poder gracias a dos elementos dispares: su tremenda crueldad en la reacción militar frente a los rebeldes y la agregación al enemigo de los integristas islámicos.

La guerra, y esto es lo que nunca aceptamos, también se fortalece con la negación de otras salidas. Los conflictos políticos tienen una gradación, en la que los medios de comunicación son una pieza fundamental. Por suerte, la batalla interior en la que España está concentrada se limita a la fiesta electoral. De allí saldrán equilibrios de fuerza que harán ruborizar a los aficionados a la hemeroteca. Pero absténganse de darle un valor moral a esas contradicciones. La política se juega en un rabioso presente y en un torbellino en el que muchos no sabrían encontrar ni el interruptor de la luz. A los demás se nos pide una fe inquebrantable y fanatismo, se nos alista de soldados a una guerra que luego de muchas muertes acaba en un armisticio, y quizá es bueno que esa flexibilidad de la política para adaptarse al momento crítico fuera también la nuestra cuando nos aproximamos a ella.