La rueda

El sueño engañoso de los ilustrados

RAMON FOLCH

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La especie humana no responde al alto concepto en que la tenemos. Ha habido un malentendido. La prensa airea perversiones, corrupciones y corruptelas sin que la sangre llegue al río. Peor: una inconfesable envidia se adueña de muchos lectores, que en el fondo no dejan de admirar las habilidades de defraudadores y corruptos. Berlusconi sería un caso extremo de tal espuria admiración. «La ocasión hace al ladrón», concluye significativamente el dicho popular. El malentendido arranca del entusiasmo ilustrado, creo. El movimiento ilustrado tenía un proyecto para la humanidad. Un proyecto que, ellos o sus epígonos, confundieron con la realidad. Aquel mundo de valores elevados (casi todos emanados del cristianismo) no existía. Por eso querían construirlo. Y con tanto afán y elocuencia que acabaron dándolo por hecho. Los derechos del hombre consagrados por la Revolución francesa son tan indiscutibles como continuamente vulnerados.

Los ilustrados, de quienes me declaro aspirante a continuador, eran cuatro. Pero dominaban la letra impresa. La imagen que nos hacemos del mundo y de su historia pende de los escritos. Los ilustrados imprimieron su imagen del mundo. Y la difundieron. Dominadores de los media de la época, superpusieron una estimulante realidad virtual sobre la miserable realidad real de las cosas. Duele percatarse de ello. Pero los media han cambiado de manos. La letra impresa cuenta menos, y desde la aparición de internet y las redes sociales, mucho menos aún. Aflora la realidad real, francamente decepcionante. No hay más aprovechados y deshonestos que antes, pero ahora sabemos sus nombres (algunos, al menos). La ilusión ilustrada se desvanece. O quizá no. Quizá renace, justamente. Renace el proyecto. Esta vez no deberíamos confundirlo con la realidad.