El silencio de Ada Colau

Frente a la gran exposición mediática de los dirigentes de Podemos, los impulsores de Guanyem Barcelona, la coalición de izquierdas que busca irrumpir en las próximas elecciones municipales con Ada Colau como cabeza de cartel, ha adoptado la estrategia contraria: mucho debate interno, muchos contactos con especialistas para tomar el pulso de la ciudad y aprobación de un código ético que garantice una nueva forma de hacer política lejos de las corruptelas, los personalismos y las puertas giratorias. Sin embargo, ni Colau ni otros miembros de Guanyem están, de momento, en el debate público de los medios del mainstream. No saltan a cada decisión municipal ni dan titulares a la prensa sobre el programa que discuten. Incluso el tira y afloja de la CUP, por una parte, y de ICV, por otra, para incorporarse al proyecto se está desarrollando con sordina. Lo último que desean en Guanyem es que una pugna interna enturbie el camino hacia la ocupación de un amplio espacio de izquierdas en Barcelona.

Tal estrategia tiene a favor que la cabeza de cartel es sobradamente conocida por la población desde que se presentó como portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y tuvo sonadas intervenciones tanto en radio y televisión como en el Congreso de los Diputados o en muchas acciones en oficinas bancarias. A diferencia de los líderes estatales de Podemos, que compiten con los inefables Marhuenda e Inda por estar más horas en las tertulias de la tele, Ada Colau no está tan expuesta al escrutinio público y puede emerger con cierta frescura cuando más lo necesite: en la recta final hacia las elecciones de mayo.

Cacería televisada

Mientras, Pablo Iglesias, como  Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, soportan el desgaste de un alud de críticas por declaraciones pasadas y actuaciones privadas dudosas. Una cacería televisada. Pero a Iglesias parece irle la marcha. Si no, ¿por qué sale ahora a presumir de ser el autor de ¡Pásalo! del 13 de marzo del 2004 y dar lugar a que le digan que no tiene abuela? Iglesias tendrá que optar entre ser un líder de partido o un superhéroe de los platós.