La clave

El rey león y el dentista de Minnesota

JUANCHO DUMALL

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Algunos expertos han señalado como una de las causas del creciente rechazo de las corridas de toros y de los festejos populares en los que los astados son los desdichados protagonistas (embolados, atados a una soga, acorralados hasta caer al mar, lanceados en pleno campo) al fenómeno del abandono del mundo rural a lo largo del siglo XX por una importante capa de población emigrada a las ciudades, que ha traído pareja una nueva sensibilidad sobre la relación del hombre con el mundo animal. Otros hablan de la distinta visión de los animales que ha sido transmitida a las sociedades avanzadas a través de la cultura de masas, con especial impacto en el mundo infantil.

Algunos clásicos de Walt Disney, por poner el ejemplo típico, presentaron el lado más cruel de la caza. El hombre de la escopeta era sin duda el malo de las películas, frente a la nobleza y a la mirada dulce del animal perseguido.

La indignación que ha desencadenado la muerte en un parque nacional de Zimbaue del león Cecil, por los disparos de un dentista de Minnesota es una buena muestra del nuevo sentimiento de repudio a las cacerías de los grandes mamíferos en el continente africano. Nadie que haya visto El rey león con ojos de niño puede quedarse impasible ante las fotos de Walter James Palmer, que así se llama el sacamuelas, junto a las yacientes víctimas inocentes de su rifle de mira telescópica.

Porque lo repugnante no es la caza en sí, sino esa modalidad que consiste en gastarse un dineral en viajar a un país remoto (y plagado de pobres), contratar guías (pobres) y esperar a que un enorme felino que vive tranquilamente en su habitat se ponga a tiro. Luego vienen las fotos, el despelleje y la cabeza disecada encima de la chimenea.

Nuevos ricos

Los safaris africanos de alto standing son vistos hoy como algo más que una decadente diversión de viejos y nuevos ricos (hay que ver cómo les gusta la escopeta a algunos grandes personajes españoles acusados de corrupción). Son también el más clarto exponente de la falta de compromiso con la biodiversidad y con las especies amenazadas de extinción.