ANÁLISIS

El rey de la meritocracia

ERNEST FOLCH

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Érase una vez un rey tan trabajador que debía demostrar cada día su valía. Nada de lo que había conseguido era excusa para dormirse en sus laureles. Cada vez que sonaba el pitido inicial de cada contienda, el marcador de sus proezas volvía a cero y debía volver a demostrarse a sí mismo que era el mejor a pesar de que no era necesario. Érase una vez un rey tan estoico que aguantaba impasiblemente las entradas de todos sus rivales, aun cuando ponían en riesgo su integridad física. Un rey que aprendió que la mejor forma de devolver un golpe no es otro golpe sino una obra de arte: el dolor supremo no es pegar a quien te pega sino dedicarle tu mejor creación.

Balenziaga no hizo falta ni siquiera despreciarlo con la mirada, bastó con hacerle pasar a la historia del fútbol por ser el destinatario del que ya es quizás el mejor gol de la historia del Barça. Érase un rey tan democrático a quien no le daba ningún miedo someterse cada día al libre veredicto de su público, sin más fuerza que su propio talento, renovado cada día, partido a partido, consciente de que cualquier día puede ser el último. Érase una vez un rey tan meritocrático que creía que el poder no se tiene por decisión divina sino por méritos propios.

Paradojas del fútbol

Es decir, que solo se puede reinar cuando has demostrado día a día que eres el mejor, y siendo consciente, además, de que en cualquier momento puedes dejar de serlo. Érase una vez un rey tan seguro de su mandato a quien nunca le hizo falta ningún comunicado para protegerse ni mucho menos para esconderse. El único comunicado que vale, en la monarquía del mérito, es el de tu propio talento enfrentado al de los demás. En el campo nada se impone, y por supuesto nada se ordena: en este monarquía justa, el límite último del poder no es nada más que su propia capacidad de convencer a los demás. Paradojas del fútbol, que a veces sirve para explicar la vida: el sábado en el Camp Nou se vieron las caras dos monarquías muy diferentes: la que se consigue en el césped después de driblar a todo el equipo contrario y la del palco, que es otorgada por decreto ley. La que se somete al examen diario y la que, a pesar de aguantar estoicamente, lo hace amparada en comunicados.

Y a pesar de los intentos desesperados por sacar partido de una pitada que se dice no querer y que en realidad se necesita para tapar las propias vergüenzas, no se logrará que la protesta a la monarquía constitucional ensombrezca la monarquía democrática del rey Messi.

Es curioso que los que dicen que no hay que mezclar nunca el fútbol y el deporte, con la política intenten ahora dejar en un segundo plano una obra de arte con un comunicado que por supuesto estaba ya cocinado y escrito desde hace días, concretamente desde la debacle electoral del 24-M. La realidad se puede retorcer, pero no se puede cambiar. Y es que el sábado el Camp Nou habló: Viva la monarquía de la meritocracia. La de Messi.