Urbanismo 'avant la lettre'

El Raval sórdido

Unos expedientes hallados accidentalmente muestran la Barcelona miserable del siglo XVIII

RAMON FOLCH

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Los mercados barceloneses son una mina para los arqueólogos. Hace unos años, las obras en el antiguo mercado del Born pusieron al descubierto la parte del barrio de Ribera derribada por Felipe V en 1717. Paralelamente, las obras de rehabilitación del mercado de Sant Antoni han desenterrado un considerable muro del antiguo baluarte de Sant Antoni, perteneciente a la muralla barroca. Lo que queda de las murallas del siglo XVII derribadas a mediados del siglo XIX se está reincorporando, pues, a la ciudad del siglo XXI. Por no hablar de los restos del convento de Santa Caterina, hallados en el subsuelo del mercado homónimo.

A las excavaciones arqueológicas se suman las literarias. El año pasado, en la Real Biblioteca de Madrid, la filóloga valenciana Júlia Benavent, hurgando en el riquísimo epistolario del cardenal borgoñón Antoine Perrenot de Granvelle (1517-1586), secretario de Estado de Carlos I y de Felipe II, encontró una sorprendente documentación traspapelada. No era del siglo XVI, sino de finales del XVIII. Se trataba de unos aparentemente banales expedientes sobre obra pública barcelonesa relacionados, sin embargo, con un personaje significativo: Francisco de Zamora. La Fundació Agbar acaba de publicar estos interesantes papeles, transcritos por la propia Júlia Benavent y con una introducción del historiador de la arquitectura Manuel Guardia, con el título La urbanització del Raval de Barcelona. Clavegueram, empedrats i societat.La urbanització del Raval de Barcelona. Clavegueram, empedrats i societat

Francisco de Zamora fue un funcionario castellano nombrado primero «alcalde del crimen»  (juez penal) de Barcelona en 1783, con solo 28 años, y «oidor» (juez instructor) en 1787. Ilustrado convencido, indagó y promovió conocimiento más allá de sus obligaciones burocráticas. Bien conocido es su Diario de los viajes hechos en Cataluña (1785-90), publicado en 1973 por Ramon Boixareu, donde explica sus recorridos y explota el resultado de unas minuciosas encuestas («interrogatorios», las llamaba) que cursó a docenas de municipios. Habrá que añadir ahora a su bibliografía los expedientes publicados por Benavent. Expedientes sorprendentes sobre cloacas, empedrados y salubridad urbana que iluminan muchas cuestiones hasta ahora oscuras del Raval barcelonés de finales del XVIII.

Al terminar la guerra de Sucesión, en 1714, Barcelona tenía unos 32.000 habitantes; en la época de Zamora, hacia 1783, unos 114.000. Tan espectacular crecimiento, fruto de bastantes años sin guerras y del auge del comercio catalán con América, se hizo intramuros, sin que la ciudad aumentara de extensión porque se mantuvo como plaza fuerte amurallada hasta 1854 . Hubo que crecer en altura. Las casas de planta baja, de piedra y con tejado, se convirtieron en cases d'escaleta

En el Raval, las cosas eran distintas. Esta parte de la ciudad comprendida entre la desaparecida muralla medieval de las Ramblas y la muralla barroca que recorría las actuales Rondas y el Paral.lel era agrícola y poco densa. Abundaban los conventos y los huertos que abastecían a la ciudad, pero también la marginalidad y la prostitución. Es la Barcelona que Zamora se propuso sanear empedrando calles, construyendo fuentes públicas y alcantarillas, creando escuelas y fomentando el trabajo femenino en pequeños talleres textiles domésticos. Los expedientes recién publicados detallan nombres, cantidades y emplazamientos de todo ello, una joya.

Se explica, por ejemplo, que en los ocho barrios del cuartel del Raval, la circunscripción asignada a Zamora, en 1783 había 33 tabernas, 183 prostitutas y «un crecido número de vagos, de los antes llamados gitanos y de gentes sospechosas»; que la gente echaba la basura en la calle; o que las niñas no recibían ningún tipo de instrucción. Zamora creó cinco escuelas para niñas y redactó su reglamento. Fueron las primeras escuelas públicas y laicas para chicas, donde aprendían a coser (iban «a costura»), a mantenerse aseadas y, solo si querían (!), a leer y escribir. Emociona ver el empuje y la actividad de este joven ilustrado, aturdido por la baja calidad urbana de una Barcelona en el fondo deprimida y aún derrotada.

Venimos de aquella realidad. Son portentosos los cambios experimentados. La pequeña ciudad insalubre y amurallada de hace poco más de dos siglos es hoy una urbe universalmente admirada que alardea de modernidad y pujanza. La transformación ha sido el fruto de muchos esfuerzos, de la labor perseverante de muchos Zamora y de una ciudadanía abnegada. Desenterrar y poner en valor lienzos de muralla soterrados, publicar testimonios documentales o rendir homenaje a los que nos han precedido en la dignificación de la ciudad compartida constituye una gratificante obligación.