La clave
El perímetro de la corrupción
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert
Sáez
Los indecisos deshojan entre sábado y domingo la margarita de su papeleta. En estos tiempos de indigencia doctrinal y de abismo económico no es arriesgado apostar que la corrupción es una de las mayores fuentes de indecisión. El contraste entre los recortes de los últimos cuatro años y las facturas, pongamos por caso, del Ritaleaks Ritaleakses insoportable. Como lo es la comparativa entre el descenso generalizado de los sueldos y la retribución de una expresidenta de comunidad por cazar talentos fantasmas. El escándalo no es menor si ponemos de lado los coches del Junior con los apagones de Rodalies. El parón del crédito barato ha dejado al descubierto la ciénaga de la corrupción y los partidos ya no pueden tapar la porquería acumulada en cuatro décadas de impunidad que nació con la precariedad institucional, se multiplicó con el marasmo legislativo en el control de las administraciones, se solidificó con la falta de medios de la justicia y alcanzó la eternidad con los indultos a dedo.
Revanchismo
La persistencia de los partidos tradicionales en salvaguardar las estructuras de la impunidad contra la corrupción ha dado alas a la llamada nueva política. Un epígrafe donde anidan viejos militantes de la izquierda alternativa y empleados de banca montados en el coche oficial desde el año 2006.
La nueva política ha construido un framework sofisticado basado en expresiones como «casta», «mafia» o «bipartidismo» en algunos casos renegando incluso de sus socios actuales. Ese marco de interpretación se sustenta en una premisa, como mínimo, discutible. La corrupción se asocia a determinadas instituciones e ideologías. Basta haber ocupado un cargo público en nombre de un partido para ser algo más que sospechoso de corrupción. Este revanchismo llevado a las últimas consecuencias explica la parálisis de Andalucía, que esperemos que no sea el prólogo de lo que empezará el lunes. Con todo, hay que decir lo evidente: casi todos los partidos que han gobernado han tenido corruptos pero también buenas ideas y proyectos. De la misma manera que bellísimas personas han dirigido desastres de primera.
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