El paréntesis democrático
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
La audaz hoja de ruta presentada el martes por Artur Mas parte de un diagnóstico correcto: puesto que el 9-N no podía arrojar un mandato democrático inequívoco en favor de la independencia, este solo puede emerger de unas elecciones legalmente convocadas. El modelo a seguir sería el del Scottish National Party (SNP) de Alex Salmond, cuyo programa electoral del 2011 incluyó la celebración de un referéndum independentista y obtuvo el 44% de los votos y la mayoría absoluta: 69 de los 129 escaños del Parlamento escocés. Si las expectativas electorales de CiU y su cohesión interna le permitieran aspirar a esa holgada mayoría con un programa similar al del SNP, a buen seguro las elecciones plebiscitarias ya estarían agendadas. Pero no es el caso, y ahí radican las incertidumbres que envuelven el 'road-map' de Mas.
El 'president' propone, a título personal, que el soberanismo acuerde casi dos años de tregua en la refriega partidista para configurar una candidatura con visos de obtener la mitad más uno de los diputados del Parlament. Y que, a finales del 2016, se celebren simultáneamente el referéndum de la independencia y las elecciones constituyentes.
Tres objeciones
Pero la pretensión de convertir las elecciones en un plebiscito plantea no pocas objeciones democráticas.
Primero, la interpretación del resultado. En las elecciones se cuentan escaños; en las consultas, sufragios. La lista de Mas bien podría ganar las primeras por mayoría absoluta y perder al tiempo el plebiscito, por ejemplo con el 44% de las papeletas. Con esa misma cosecha, el SNP no anunció un referéndum unilateral; lo pactó con Londres.
Segundo, el respeto al pluralismo. Concurrir a las elecciones con la independencia como programa único desterraría del soberanismo el debate sobre cómo debe ser esa nueva Catalunya en términos de derechos sociales, servicios públicos, higiene democrática...
Y tercero, la rendición de cuentas. Sin un programa integral validado por los votantes, el Govern administraría el país libre de cualquier atadura, en un paréntesis democrático poco homologable en la Europa del siglo XXI.
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