El pacificador enfermo

RAMÓN LOBO

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¿Qué tipo de cultura puede adquirir una niña de 9 años con un arma de fuego entre las manos? ¿En qué sociedad vive esa niña para necesitar entrenamiento en el manejo de un sofisticado fusil automático llamado Uzi? Lo ocurrido esta semana en un campo de tiro a las afueras de Las Vegas es parte del mismo error que genera la brutalidad policial en Ferguson y la exhibición de todo tipo de armas de guerra ante una población civil desarmada. Se borran las fronteras entre el bien y el mal, entre los que violan la ley y quienes deberían imponer su cumplimiento. Son estas sociedades enfermas las que vigilan la paz mundial, las que proponen soluciones a la violencia de Oriente Próximo y Asia Central.

La niña disparó un tiro sobre el blanco, después una ráfaga, se le fue el arma hacia Charles Vacca, su instructor, que se hallaba al lado. Vacca está muerto y en EEUU se ha reabierto la polémica sobre los límites en el uso de este tipo de armas. En la parte conmocionada de la sociedad está la esperanza de una posible regeneración.

La Asociación Nacional del Rifle (NRA) defiende el negocio por encima de la vida (de los demás, claro). Es su trabajo, su razón de ser. El lobi influye en políticos y en medios de comunicación, dona millones, inserta anuncios. Tiene una cohorte de propagandistas en las televisiones. Su objetivo es mantener intacto el derecho constitucional a la posesión de armas. No son valores, es el dólar.

Siete consejos

Tras las matanzas de Columbine (Colorado), en abril de 1999, y en la más reciente en Newton (New Hampshire), la NRA salta como un resorte en defensa de lo suyo, no siempre con el tacto necesario. Dos días después del accidente de Las Vegas, la NRA Women colgó un tuit con siete consejos para que los niños se lo pasen bien disparando. Ni una palabra para el muerto, que era uno de los suyos, ni para la niña traumatizada.

Las primeras investigaciones policiales hablan de accidente; no hay nada ilegal en que una niña de 9 años dispare con una Uzi, un arma de fabricación israelí que ha participado en todo tipo de guerras en Oriente Próximo. Dicen que fue un error de Vacca: dejó el arma en las manos de la niña cuando debió ser quien la sujetaba.

¿Y los padres? ¿Qué tipo de padres llevan a una niña de 9 años a un campo de tiro, que le permiten disparar con una Uzi? Es esa cultura de la banalidad de la muerte la culpable del clima de violencia de las calles, del desprecio generalizado a la vida. En esta (in)cultura se educa el policía blanco capaz de disparar 10 veces sobre un chico negro en Ferguson cuyo delito fue robar un paquete en una tienda.

Si el conducir un automóvil transforma a ciertas personas en unos energúmenos, capaces de convertir una herramienta de ocio y transporte en un arma, ¿qué efecto tendrán las armas de fuego en manos de alguien que se cree protegido por la ley?

No son solo las armas de fuego, es la militarización de la mente, del miedo al otro. El ciudadano tiene derecho a defender su propiedad privada sin que medie una proporcionalidad en la respuesta. A un ladrón armado con un cuchillo se le puede volar la cabeza en defensa propia. ¿Nadie enseña a disparar en los brazos o en las piernas, a inmovilizar sin matar?

El número de armas en manos de civiles, tanto legales como ilegales, oscila entre 270 y 310 millones. No hablamos solo de pistolas, revólveres, armas cortas. Hay más 100 millones de rifles en manos de civiles. Cada año mueren tiroteadas más de 30.000 personas en EEUU.

La posesión de armas, el entrenamiento como parte del ocio, su uso y abuso sin que se distinga a menudo qué valores defiende la ley sobre los que violan la ley, son muestras de una sociedad enferma. No se puede exportar moralidad a países en guerra, a Siria, Irak, Afganistán y tantos otros, cuando lo que falla es el concepto de lo que es la paz.

De ese mundo legalmente violento surgen los soldados que viajan al extranjero en misiones de pacificación o guerra, los que participaron en la matanza de Haditha en Irak, en noviembre de 2005: 24 muertos, 15 de ellos civiles. Dispararon sobre mujeres y niños. Todos parecían terroristas. Ese tipo de acciones, como las de los mercenarios de Blackwater en Bagdad, son parte del mismo problema, de la misma locura. Es el Far West, un mundo sin ley.