El oro era macizo
El abrazo entre Luis Enrique y Messi es uno de los sellos de la temporada, culminada con una exhibición insólita de un Barça de chupa de cuero
Eloy Carrasco
Periodista
ELOY CARRASCO
Resulta que el oro era macizo. No estamos ante un jarrón chino que luce mucho en la vitrina, nos gana por el ojo con su belleza pero, ay, en cuanto le cae un lamparón de grasa es mejor esconderlo, o si se da un golpe se le cuartea el barniz dorado. El Barça lleva ya unos años siendo un dechado de belleza (ahora que todo ha terminado, hay que ponerse otra vez el 0-4 del Bernabéu), pero, colgado como se encontró el domingo en la escalada hacia la eternidad, hizo una exhibición insólita. Una más. Poder, cuajo, recursos y la terquedad del ganador, todo eso apareció mientras se veía venir una de esas noches de asco y derrota.
Al Barça lo hemos visto representar melodías luminosas, verdaderas sinfonías a cargo de los virtuosos que llevan el escudo culé en esta época de gloria. Parecería que solo están dotados para la eminencia musical, el trino excelso, pero nos tenían reservado un golpe de efecto y la noche en que las circunstancias y el escenario lo exigieron demostraron que también pueden ser unos campeones del rock de garaje en un antro; en eso se convirtió la final ante el Sevilla cuando enfilaron el túnel antes de tiempo Mascherano y Suárez, justo los dos que mejor aguantan las miradas turbias que echan estos partidos. Sabíamos que al Barça le queda bien la pajarita y hemos descubierto que también sabe llevar una chupa de cuero.
Seguramente hay mucho de Luis Enrique en esa versión indómita del equipo. Es un entrenador sanguíneo y a menudo arisco, por eso su vibrante abrazo con Messi en el césped del Calderón supone un gran impacto emocional para el barcelonismo. Con títulos sobre la mesa todo es más sencillo, pero conocidas como son las diferencias que hubo entre ambos, y que estuvieron a punto de precipitar un desastre, esa efusividad cuenta entre los grandes sellos de la temporada. Alba y Neymar marcaron sus goles a pase de Messi, y Suárez, la bestia voraz, se ha hartado de marcar esta temporada. Qué bien comen todos, pero el que lleva el plato a la mesa es Leo. Su felicidad es la llave de la caja donde se guarda el oro macizo.
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