El futuro del continente

El Nuevo Imperio Germánico

Para competir en el mundo global, Europa precisa la disciplina, la protección y la tracción de Alemania

XAVIER BRU DE SALA

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En Grecia se ha reafirmado la obediencia a los dictados de frau. ¿Quién tenía la primera y la última palabra? La misma cancillera que en el momento oportuno se retrató con Matteo Renzi para difundir un mensaje claro y contundente: Grecia se encuentra aislada y es una excepción. Los demás, todos, van cumpliendo con los deberes. Más allá de la propaganda interesada, nunca existieron los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España/Spain). Esta idea se volatilizó por inexacta.

Precisamente en España el presidente y el líder de la oposición acaban de celebrar la ceremonia anual del pugilato parlamentario, pero ninguno de los dos ha hablado de la causa principal de la recuperación. Tras el combate dialéctico se tapan las mutuas vergüenzas. Zapatero se tragó la socialdemocracia para obedecer las órdenes germánicas. Rajoy hizo con toda exactitud lo contrario de lo prometido, por una razón que tuvo el valor de compartir con sus conciudadanos: «No hay más remedio». De haberlo dicho en alemán, se le habría entendido incluso mejor. En Francia, el primer ministro Valls se ha cuadrado ante una parte de sus diputados para aplicar un poco de jarabe teutón contra el exceso de déficit público. Si Merkel se llevó al presidente Hollande a las negociaciones sobre Ucrania fue por deferencia. En toda Europa, la soberanía ha bajado un escalón. Y es Alemania quien acumula el poder cedido por los demás. La idea general era que la soberanía compartida se concentrase en Bruselas. La realidad es que Berlín la ha absorbido. ¿Dónde se elaboran los informes de la Comisión sobre la economía de cada país? En Bruselas. ¿Quién examina los presupuestos de cada socio? Bruselas. ¿Quién ha impuesto las nuevas normas? Alemania. ¿Qué criterios se aplican? Los alemanes.

Hay que estar ciego para seguir cantando el viejo romance de la falta de unión política europea. Quien quiera entender el presente deberá partir de la base de que vivimos bajo el Nuevo Imperio Germánico (NIG). No se trata de una forma muy democrática de unión política, pero el resultado práctico es muy parecido, o incluso más efectivo: el NIG ejerce un poder superior, sin rival ni oposición. El NIG actúa sobre una base económica y se beneficia de ello, como todos los imperios de la historia. Pero ha aprendido del Imperio romano y del americano que el bienestar y la seguridad de los súbditos son las mejores garantías de la perdurabilidad de la metrópoli. Una vez hubo un Plan Marshall. No hace tanto, los Fondos de Cohesión y los Fondos Estructurales. ¿Pagados en primera instancia por...? Por quien no ha dudado en hacer aprobar normas que dependen de la política, como la famosa enmienda relámpago a la Constitución española o los límites anuales de déficit y los totales de deuda pública. (No olvidemos que antes de administrar a los otros la purga contra el déficit, Alemania se aplicó una durísima).

Gracias a ello, por primera vez Europa dispone de un teléfono, como se ha evidenciado en la crisis de Ucrania. No es el de la alta representante para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, que nunca es noticia. Tanto Putin como Kerry saben que la iniciativa surge de Berlín. Acabamos de conmemorar el 75 aniversario del final de los campos nazis, con severísimo mea culpa de Merkel incluido, y certificamos que Alemania, después de perder dos guerras mundiales y soportar el oprobio de la división, ha conseguido su propósito del dominio europeo. Por métodos pacíficos, voluntarios y de consenso. Quizá no se puede decir que a plena satisfacción de todo el mundo, pero sin más rebeliones dignas de mención que la efímera del joven griego Alexis Tsipras, a quien una vez desprovisto de espolones se le concede con benevolencia que luzca la cresta.

Aunque Putin no lo haya entendido (y por ello fracasará), los imperios del siglo XXI se agregan y crecen por interés de los integrantes, porque los beneficios de encontrarse bajo un gran paraguas protector son mayores que los costes de la obediencia. Dejada atrás, y mucho, la guerra fría, la gobernanza de los nuevos imperios del mundo global no se hace efectiva a través de gobernadores o virreyes sino de la posición dominante de una parte y la conveniencia del resto. En este contexto, el NIG opera a través de una multitud de resortes institucionales. Concede, como vemos cada día, los más amplios márgenes de autogobierno, y es flexible en todo menos en el cumplimiento de las normas básicas, que establece en solitario desde el convencimiento de que decide lo mejor para todos.

Para competir en el mundo global, Europa necesita la disciplina, la protección y la tracción de la locomotora del NIG. Alemania, encantada, ejerce a conciencia la primacía que tanto le ha costado conquistar.