Dos miradas

El monstruo y yo

EMMA RIVEROLA

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Vivir con él. Con el que ahora señalan como un monstruo. Mirarle y preguntarse si es cierto. Si el hombre al que llamas marido o padre o incluso abuelo es el mismo a quien las víctimas de abusos sexuales denuncian en el escándalo de pederastia de los Maristas. Las iniciales del acusado, el mismo centro donde él impartió clases, también las fechas coinciden… Vivir con él desde hace décadas y quizá saber o haber sospechado o no ser capaz ni de imaginarlo y sentir que, hoy, en este preciso momento, la montaña de naipes de la vida en común, esa con tantas fechas y celebraciones y momentos duros y felices, se desmorona sin remedio.

Situado en el centro de un universo, con diversas órbitas girando en torno de él, el mal que un pederasta puede ocasionar se multiplica. Porque el dolor originado es físico, pero también moral y se ensarta en la víctima, pero también en todos los que le ven sufrir. Porque quien ante las sospechas, calla, también lo consiente, y se deshonra y se convierte en cómplice del horror, permitiendo que el número de víctimas aumente. Porque el entorno del pederasta, que quizá nunca supo, ahora sospecha. Y no solo de él, sino de toda la vida en común. Primero, quizá se niega. Después, se banaliza. Pero, al fin, los interrogantes de la angustia se multiplican. ¿Estuvieron a salvo de sus manos los hijos que tuvieron en común o los hijos de los amigos, los hijos de los hijos? ¿Cómo se vive con un monstruo?