La clave

El mejor oficio del mundo

ENRIC HERNÀNDEZ

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Para este enésimo y tardío homenaje al fallecido Gabriel García Márquez tomo prestado el título de la conferencia que dictó en 1996 ante la 52ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa. En aquella disertación, el maestro de periodistas reivindicó esta profesión que era la suya, al tiempo que reflexionaba sobre los males que ya entonces la aquejaban.

Aparte de censurar la tarea docente que desarrollan las facultades del ramo -«enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo»--,  García Márquez clamó contra el creciente menosprecio por el reportaje, por la investigación y por la ética periodística. Contra el abuso de las comillas estériles y la servidumbre de la grabadora, que «oye pero no escucha, repite pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón...». Contra el vicio de las fuentes anónimas y, en suma, contra el mal periodismo que renuncia a tener  una mirada propia y original sobre el hecho noticiable. Periodista y escritor, narrador al cabo, justo acababa de publicar Noticia de un secuestro, monumento al reporterismo a la altura del que ya le había erigido en 1970 con Relato de un náufrago.

Informar, no monetizar

En toda su diatriba, por cierto, ni una sola referencia al impacto que sobre la profesión podía tener  internet, pese a que ya entonces se postulaban gurús prestos a levantar el acta de defunción de los diarios. Tampoco se detuvo en el «modelo de negocio» de los diarios, que el deber del informador es ejercer el periodismo, no monetizarlo. Lo cierto es que las patologías del periodismo diagnosticadas por el maestro no han hecho sino agravarse con el paso del tiempo, sin que  los profesionales podamos culpar de las mismas al declive de las ventas, al derrumbe del mercado publicitario o a la negligencia, en su caso, de los gestores del negocio impreso.

Impreso o digital, peor o mucho peor pagado que antaño, el periodismo sobrevivirá si quienes decimos practicarlo volvemos a practicarlo de veras. Si nos pateamos las calles para contar historias en vez de contar horas adocenados en la Redacción. Si enterramos quejas y lamentos para revivir la pasión por este oficio, el mejor del mundo.