El largo y tortuoso camino de la secesión

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La situación a que nos tiene abocados el proceso iniciado con la manifestación del 11 de septiembre y que tiene su expresión más significativa en los resultados de las recientes elecciones al Parlament, abre una etapa compleja en la que el Gobierno deArtur Mas deberá anteponer la búsqueda de soluciones a los problemas por los que atraviesa el país a cualquier otro afán, incluido el debate del derecho a decidir. Pero es evidente que el argumento de la consulta lo condiciona todo, sobre todo si se tiene en cuenta el precario liderazgo de CiU, condicionado a las imposiciones de una crecida Esquerra Republicana. Ante semejante escenario, en evitación de proseguir la cansina porfía que supone vivir instalados por más tiempo en esta agobiante querella, la opción de un demócrata no puede ser otra que la de manifestarse a favor de que tome la palabra quien, en última instancia, debe asumir la responsabilidad de decidir su futuro, es decir, el pueblo de Catalunya. Y, cuanto antes, mejor.

Tanto quienes consideren que la independencia será el bálsamo de Fierabrás capaz de remediar todos nuestros males como cuantos manifestamos reparos ante una eventual secesión, parece razonable que coincidamos en la conveniencia de salir de dudas de una vez por todas. Por eso creo que la celebración de una consulta debe abrirse paso. Pero este ha de ser un proceso del que todos se sientan partícipes y en el que todos se impliquen, tanto los promotores de la Catalunya independiente como los defensores de una España unida. Y es en este transcurso que cabe apelar a la enorme responsabilidad que deben asumir unos y otros. Ni tendría sentido que el asunto se plantease como un órdago al Estado ni sería aceptable que los instrumentos de éste fuesen puestos a contribución de cualquier tipo de coacción.Deben, unos y otros, aplicarse a evitar la confrontación y producirse dentro de la legalidad constitucional, que dispone de recursos suficientes para dar respuesta al requerimiento si existe voluntad política.

Sin embargo, podría ser que las cosas no requiriesen de mayor receptividad fuera de Catalunya. Si la auténtica hoja de ruta es la que se desprende del reciente debate de investidura, no parece claro que el Parlament esté en condiciones de vertebrar la excepcional mayoría que requiere un propósito de esta naturaleza. Nadie mínimamente avisado puede augurar hoy un apoyo, siquiera sea tácito, del PSC ni de los ecosocialistas. Pero tampoco una entrega sin fisuras de la principal fuerza gobernante.

Es aquí donde Unió Democrática y su líder adquieren una relevancia inusitada: de ser la voz discordante en la coalición, de resultar un personaje incómodo para sus socios, de haber llevado su discurso al borde mismo de la frontera ideológica y de haberse asomado a un precipicio por el que no estaría dispuesto a despeñarse,Duran Lleidadeviene el baluarte de quienes, incluso en Convergència, sostienen que la aventura emprendida no puede acabar felizmente. Y esa lectura presagia conflictos no menores que, en el momento de la verdad, podrían restar de la mayoría hasta una docena de votos.

Así las cosas, el asunto adquiere una nueva dimensión no exenta de trascendencia. Hasta el punto de que resulta probable que nuestra generación abandone este mundo ignorando cuántos independentistas viven en Catalunya, pero sabiendo, por fin, cuántos votos tienen los democratacristianos.