El lado bueno

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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Pasadas las elecciones, oremos, hermanos, para que los vencedores nos entreguen el 50% de lo prometido y podamos darnos todos con un canto en los dientes (deberían darle al que inventó esta expresión). Como la mayoría de electores no conoce a los candidatos personalmente, terminamos por comprar su imagen (y en algunos casos, ya es profesión de fe). Y ellos saben que, ahí, todos tenemos un lado bueno: yo me acabo de enterar. Tarde.

A veces me sumerjo en el zapeo televisivo y, en ocasiones, incluso hago parada y fonda de un minuto. O menos. Un día observé que la invitada a un programa era nada menos que una inefable señora, antaño sexualidad icónica de la peña y, sin duda, más preparada para la fotografía estática que para las imágenes con movimiento. Su mermada facilidad para el diálogo me recordó a aquellos actores que, según contaban, no supieron adaptarse al cine hablado desde su procedencia en papeles de películas mudas.

En fin, sea quien sea el que aparezca en un foro público, la tele también sirve, suelo mostrarme dispuesto a que me enseñe algo nuevo, así que permanecí con el dedo quieto durante ese minuto que algunas veces le robo a la compulsión digital. Dijo la doña que su ex marido -uno de ellos, en honor a la verdad porque, viuda, parece ya enredarse con otro- su ex marido, afirmaba, siempre hacía que se viera su lado malo, el de ella, y yo comencé a maquinar qué trasfondos ocultaría y, mejor aún, si nos sería dado el gozo de conocerlos. Pero, oh decepción, ella se refería al lado malo de su cara…, en absoluto a interioridades morbosas. Cosa física, sin más.

Ya iba a salir de naja, cuando añadió que todos, sin excepción, tenemos un lado bueno -insisto, en lo concerniente al físico facial-, y eso me procuró material virtual para pensar un rato. Porque, dando por hecho que yo lo tenía, ¿cuál era mi lado bueno?, ¿debí haber caminado siempre por una acera concreta para mostrar lo mejor de mí mismo?, ¿cuándo iba a ligar, supe enseñar mi mejor perfil? ¿Por eso no me comí una rosca en aquellas tardes de orquesta, cubalibre y resaca de anacoreta? Y lo más importante: si no tuve en cuenta ese detalle, ¿cambié yo mismo mi destino por no haber sabido sacar provecho a mi imagen? ¿Adónde hubiera llegado en caso de haber añadido mi lado bueno a mis otras virtudes, bien que escasas? ¿Acaso a ministro de Educación, con nuevo plan incluido?

Y comencé a repasar, grosso modo, algunos momentos cruciales de mi vida, quizá modificados en mi contra por no haber sido consciente ni consecuente a la hora de esconder mi lado malo. Seguramente me posicioné del lado equivocado cuando el maestro me aplicaba sus métodos docentes de palo y tentetieso; ni que decir tiene que no supe situarme adecuadamente en la entrevista de trabajo mantenida inmediatamente después de haber salido de la facultad con el título en el bolsillo. No se entiende de otra manera que el director de aquel periódico, rotativo que colmaba mis sueños, me rechazara por no ajustarse mi perfil a su diario, y cito textualmente. ¿Mi perfil sociológico? Por Dios, si yo sólo quería escribir al dictado, como se hace siempre; si en mis 14 periódicos trillados supe acomodarme a todo el abanico de ideologías posible… con tal de seguir trabajando. Tragué sapos, claro, ¿y quién no? Hay que comer a diario. ¿Nadie sabe que el periodismo es como el oficio de las putas, al servicio de quien paga? Vean: cuando estás arriba, vales mucho y eliges; al ir decayendo, te acomodas a las ofertas; en plena decadencia, coges lo que haya. ¿En todo caso, hay algún oficio en el que cada cual puede hacer su santa voluntad? ¿No será que el oficio más antiguo lleva impreso un compendio de rasgos y características comunes al resto, a los que vinieron después?

En fin, ¿de qué perfil me hablaba aquel mamarracho? ¿El suyo? ¿El que más tarde se sentó en el banquillo por cobrar lo que no debía? Pero no me voy a calentar más, aquí se habla del lado bueno físico, y yo no llego a tiempo de explotarlo, pero si alguien está por ahí y se mueve entre pretensiones ambiciosas y legítimas, sepa que dispone de esa baza. O más claro: tiene un lado malo que deberá esconder como si fuera una cuenta en Suiza de cualquier chorizo al uso. Ejemplos hay y avisados quedan.

En serio, forma parte de la vida, cada vez más, eso de venderse y mostrar el perfil aparente. Superficialidad a la enésima potencia. Superadas las elecciones, acabamos de comprar el lado bueno del marketing -programas incluidos- , y el otro, el que importa de verdad, si lo hay, ya lo iremos descubriendo. Que haya suerte.