El independentismo olvida la realidad y la legalidad

El otro problema es que, como dice Mas, un barco no zarpa sin tener capitán

JOAN TAPIA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Parlament votó este lunes, por 72 a 63 votos, la resolución independentista que es tanto un telegrama de Declaración Unilateral de Independencia como un ejercicio de contorsionismo para que los diez diputados de las CUP permitan la investidura del candidato de Junts pel Sí. Pero por la tarde Artur Mas ya reconoció que sin investidura el llamado proceso quedaría encallado.

Vamos por partes. Tanto la resolución como el discurso de Mas parten de un punto de partida falso: que el 27-S fue un mandato democrático para ir hacia la independencia exprés. Y no es así. Por mucho que Mas se esfuerce (y es aplicado) el 47,8% no es el 51%. Y la mayoría parlamentaria de 72 diputados faculta -si realmente existe- solo para gobernar de acuerdo con el Estatut. Y en todo caso promover su reforma para lo que necesitaría 17 diputados mas (los dos tercios del Parlament). No para otra cosa.

Y los problemas no se acaban aquí. Como bien dijo Mas sin gobierno es imposible ir hacia la independencia. Un barco sin capitán no sale del puerto. Y, vista la frialdad ayer de la CUP, lo mas probable es que Mas no sea investido ni mañana ni el jueves. No sería del todo anormal en un momento normal pero si lo es cuando lo que se pretende es nada menos que romper un Estado de la Unión Europea. Ir hacia la independencia saltándose la legalidad sería siempre un error pero presumir del proyecto sin mayoría para la investidura puede llevar no solo al fracaso sino al ridículo.

Y hay un fallo conceptual mayúsculo. En el discurso de Mas hubo cosas sensatas como afirmar que el 47,8% del 27-S es una enmienda a la Constitución. Una enmienda sí, una autorización para derribarla no. Y la queja de que la inversión del Estado será este año (y muchos) muy inferior al peso de Catalunya en España (9.5% frente al 16% de población y el 19% de PIB) es si un agravio permanente. Pero eso no justifica el tono altanero con el que Mas habla de España. Catalunya no es un país extraordinario, uno de los mejores del mundo, en el que todo lo que va mal es por culpa de España, una democracia de baja calidad. No es así. No ha habido ningún presidente español que haya confesado cuentas en Andorra y cuyo hijo -sin oficio conocido salvo la intermediación- tenga una flota de coches de lujo.  

Es evidente que a España le cuesta aceptar que Catalunya es una nación y/o que desea mas autogobierno pero ni de eso -ni de lo que los catalanes votaron el 27-S- se infiere que la separación es la solución. En este asunto en Catalunya hay un empate interno difícil de resolver, entre otras cosas porque los independentistas lo orillan. En España cuesta admitir que un mayor autogobierno, como el de Euskadi, podría ser algo a explorar. Y la negativa de Mas o Mariano Rajoy a admitir la complejidad ha llevado al actual choque de trenes. Aunque ahora el Parlament declarando que quiere saltarse la legalidad ayuda a Rajoy. No tiene ya que justificar la ausencia de diálogo durante toda una legislatura, le basta repetir una obviedad, que la democracia es el respeto al Estado de derecho.

Mas y la mayoría independentista se encerraron con su único juguete. Tendrá consecuencias negativas para todos. Bastaba con leer la encuesta de este periódico el domingo. Solo el 35,6% apoya la desobediencia. Catalunya será lo que quieran los catalanes pero por amplias mayorías, minimizando el enfrentamiento interno y sin hacer de trilero al decir que el 47,8% es un mandato democrático en unas elecciones convocadas como plebiscitarias. Si es una enmienda a la España actual y a la cerrada actitud del PP pero no un mandato para romper España.