Al contrataque

El grito

MANEL FUENTES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando el orgullo se siente herido, cuando no se entiende la penuria ni se impone la justicia, cuando el descalabro se vuelve cotidiano, cuando la exclusión se instala donde antes había cuentos de hadas… entonces nace el grito. Y a ese grito reaccionario no se le puede exigir que sea sensato, ni justo, ni racional, ni curativo.

Es un grito que asusta a los que no sufrieron y alivia a los que sí. Es un grito que necesita presentarse como algo más, para que no pierda furia ni fuego interno, ni poder de escucha. Es un grito que exige y libera. Casi el único canal por el que unos cuantos logran ser respetados al ser temidos. Un grito que busca colarse en un tablero sin aceptar y muchas veces sin conocer las reglas del juego ni las consecuencias de incumplirlo.

Un grito que no soluciona casi nada pero que ensueña a las víctimas con promesas de darles papel de verdugos. Un grito que es un basta. Que es venganza. Que es un trueno. Revolución. Que como todas, difícilmente será justa. Un grito es una sensación, una brisa que está calando.

Para contrarrestarlo, avivar el miedo parece poco indicado, porque el grito también nace de él. De un miedo que ya se hizo real para algunos. De una posibilidad de descalabro que se dio para los que cogieron las peores cartas de una partida, que pese a no poderse permitir, les invitaron a jugar. Al grito se le combate con consideración y decencia. Con honestidad. Al grito se le desarma con justicia, con discurso. Con un estriptís integral del sistema para demostrar que ya no hay trampa ni cartón, que todos viajamos en el mismo tren y que se acabaron los favoritismos, siempre inmorales, pero más en época de vacas flacas.

Sin alternativa

Si así se percibe en el ambiente, el grito amainará. Perderá fuelle y razón de ser. Pero hoy, que nadie olvide que nace de la sinrazón, de la sinvergüenza, de la imposición sin explicación razonable. Sin alternativa.

El grito obliga y exige a que lo moderado dé respuesta, porque si al final lo que gana es el grito, dejaremos momentáneamente de hiperventilar y tal vez mejoremos esa sensación de vértigo en el estómago, pero no por ello dejaremos de caer. Es más, tal vez a mayor velocidad.

Cuando en el parque de atracciones uno se ha montado en la montaña rusa, el grito alivia pero no ralentiza el mecanismo. Sigue habiendo bruscas subidas y bajadas. Y por suerte, aparte del grito que relaja, está nuestra cabeza dictándole a las manos que se sujeten y asegurándose que el cinturón esté bien abrochado para evitar accidentes mayores. En esas circunstancias, si quien toma el control es el grito, el riesgo es que para no notar cómo se revuelven las tripas, saltemos al vacío.

Sí. Es una mierda estar en una atracción que no controlamos. Pero a menos control, más audacia, humildad e inteligencia. ¿Sabremos?