Las otras víctimas de las guerras

El fin de la inocencia

Los trabajadores humanitarios y los periodistas han dejado de ser respetados en los conflictos bélicos

PERE VILANOVA

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El 27 de diciembre, este periódico publicó un excelente dosier sobre la desgraciada suerte de más de 30 periodistas actualmente desaparecidos en Siria. Particularmente doloroso nos resulta el caso de Marc Marginedas, no nos cansaremos de repetirlo. Las cifras de Reporteros Sin Fronteras: a lo largo y ancho de este mundo, la profesión de periodista se ha convertido en la más peligrosa de todas. Por ejemplo, en toda la guerra de Vietnam, que duró 13 años, murieron una treintena de periodistas, y fueron varios miles los que la cubrieron. Los que cayeron en manos del Vietcong fueron tratados correctamente y puestos en libertad posteriormente. También es cierto que a partir de 1970 algunos periodistas desaparecieron en Camboya a manos de los Jemeres Rojos, y de ellos nunca más se supo. Pero su caso se consideró excepcional, accidental.

En el dosier faltaba otra variable, igualmente indicativa de que las guerras -que nunca han sido nada bueno- han ido a peor: los trabajadores humanitarios. Estos días, justamente, he estado releyendo dos libros fundamentales: Cuidar el mundo persona a persona, de James Orbinski (que fue presidente de Médicos Sin Fronteras), y El orden internacional y la acción humanitaria, de Fabrice Weissman (ed.), y su lectura nos recuerda algunas cuestiones fundamentales.

El trabajo de los humanitarios (no sólo médicos y personal sanitario, también otros tipos de cooperantes) siempre suele ser arriesgado. La evolución de este riesgo es visible desde que Henri Dunant, con su testimonio sobre la batalla de Solferino (1859), promovió la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y la primera Convención de Ginebra (1864). A partir de entonces, en toda guerra el humanitario que se metía en el terreno tenía un riesgo. Pero una cosa es el riesgo objetivo inherente a estar en tamaño fregado y otra es pasar a ser objetivo deliberado, planificado, de las estrategias y las tácticas de uno, varios o todos los bandos en presencia.

Por ejemplo, en la guerra de Biafra (1967-1970) las tropas federales nigerianas asesinaron a media docena de miembros del CICR. El escándalo internacional fue mayúsculo y el Gobierno de Lagos se excusó, pero alguien estaba mandando ya un aviso a futuros testigos incómodos en futuros escenarios. Porque en las guerras las partes no suelen estar encantadas de tener en el terreno testigos incómodos, y eso son los periodistas y los humanitarios. Justamente de este tipo de debates y situaciones surgió, como secuela de la guerra de Biafra, la creación de Médicos Sin Fronteras (1971), y unos años más tarde Médicos del Mundo (1980).

Pero es en los últimos 20 años cuando el caso se ha hecho más evidente: ya no se trata de daños colaterales inevitables, o de avisos puntuales para disuadir presencias incómodas. Se trata de integrar en la estrategia bélica el uso instrumental de periodistas y cooperantes. Los secuestros planificados de unos y otros desde mediados de los años 90, pero sobre todo en los últimos diez años, tienen una motivación económica y responden a una lógica evidente: las víctimas son la mayor fuente de financiación imaginable. Secuestran a tres cooperantes en Mauritania que reaparecen en Malí, o a dos en Kenia que reaparecen en Somalia, y aunque lógicamente todo el mundo afirma que no se negocia, que nunca se va a negociar y que no se pagan rescates, es un juego de rol perfectamente comprensible: se paga y los secuestradores tienen un fondo de inversión de varios años. Una nueva versión cruda de algo viejo que podemos llamar capitalismo salvaje.

En RUANDA, en 1997, fue peor, porque no hubo rescate de por medio: tres cooperantes de Médicos del Mundo, entre ellos una chica excepcional, la manresana Flors Sirera, fueron fríamente asesinados por estar donde no debían y hacer lo que tenían que hacer, cuidar de las víctimas de un conflicto tan brutal que cuesta imaginarlo. En Afganistán, en el 2005, cinco trabajadores de MSF fueron ejecutados sin más. En Irak, durante años se usaron Youtube, las redes y toda esa tecnología al servicio de asesinatos de secuestrados en directo: impacto mundial asegurado.

Y así sucesivamente hasta Siria. En septiembre pasado, un médico de MSF fue asesinado. En octubre, seis miembros del CICR fueron secuestrados (tres, liberados a los pocos días); el otro día, cinco de MSF. Es el fin de la inocencia. Periodistas y humanitarios tendrán que revisar sus protocolos de actuación sobre el terreno. No necesitamos más héroes, es heroico lo que hacen. Pero ahora les exigimos que su trabajo no descanse sobre una hipótesis que ya no existe: la de que como son imparciales, como su trabajo está al servicio de la verdad o de la humanidad, los bandos de todo conflicto los respetarán. Necesitamos que vayan, pero queremos que vuelvan.