Las lecciones de la historia

El error de Craso

El éxito convierte los fallos en aciertos y el fracaso hace que lo que parecía acertado sea un yerro

XAVIER BRU DE SALA

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Alea iacta est. He aquí una de las frases más famosas de la historia. Fue pronunciada por Julio César cuando, dispuesto a apoderarse de Roma, atravesó el Rubicón, un riachuelo fronterizo. La frase significa literalmente «el dado ha sido lanzado», pero el sentido es genérico: la suerte ha sido echada. Al referirse a la suerte, César describía el momento con total exactitud. El dado no podía volver atrás. Solo cabían dos posibilidades, ganar o perder. Si perdía, el paso del Rubicón habría sido un error y él pasaría a la historia como un temerario incapaz de calcular las propias fuerzas y posibilidades. Si ganaba, en cambio, se convertiría en el amo de Roma, enterraría la república, construiría las bases de la era imperial y cambiaría para siempre jamás el curso de la historia. O un conspirador derrotado o bien un genio audaz. La gloria o el abismo. Un lugar de segunda entre los malvados que han fracasado al intentar subvertir el orden establecido o bien el primer romano deificado.

César tenía una fe ciega en sí mismo. Según Cicerón, era «un prodigio de increíble celeridad mental, previsión y energía», pero eso no le proporcionó la victoria en la batalla decisiva de Farsalia. La perdió su rival, Pompeyo el Grande, a pesar de que contaba con una gran superioridad de fuerzas. Pompeyo cometió dos errores encadenados: exceso de confianza en el planteamiento de la batalla y precipitación en la fuga al primer contratiempo. Si el subsiguiente reinado de César duró tan poco fue también por un exceso de confianza. Resolvió ser magnánimo y generoso con los derrotados, pero le pagaron el perdón, la mano tendida y la amistad con la conspiración y el asesinato.

Conviene trasladar al lector una pregunta capital. ¿Cómo se sabe, antes del desenlace, si una decisión de envergadura es acertada o errónea? ¿Existe algún método más o menos fiable para ayudar a disminuir la incertidumbre? Si existiera, no habría los adivinos ni la superstición, a los que estaban adheridos los romanos como lapas a la roca. Tampoco sirve el cálculo de probabilidades, como en los dados. Si pudiéramos borrar la delgadísima frontera que tan a menudo separa el triunfo del fracaso, no seríamos humanos sino robots. Por lo tanto, es aconsejable, y mucho, abstenerse de calificar de acierto o error una decisión hasta que no conozcamos el resultado. Más si se trata de un gran desafío. La suerte es aleatoria por naturaleza. Mientras el dado no pare, no sabemos con qué cara nos sorprenderá. Los conceptos de error y de acierto solo se pueden aplicar de manera retrospectiva, a partir del dato incontrovertible e inapelable del marcador final.

El caso de Marco Licinio Craso es un ejemplo tan bueno que su apellido se ha convertido en adjetivo de aplicación universal. El error de Craso fue tan evidente, tan irreparable, que en muchos idiomas la palabra craso es sinónimo de estúpido, aunque él no lo fuera. Craso era un general aristócrata, uno de los más ricos de Roma. Avaro, insaciable como ningún otro, especulador afortunado, propietario de los inmuebles de media ciudad, de minas de plata, de miles de esclavos, etcétera. De resultas de un pacto con Julio César, entonces arruinado, llegó a formar parte del primer triunvirato, integrado por ellos dos y Pompeyo. Los tres se repartieron el mundo y el poder. En términos actuales diríamos que Pompeyo representaba la derecha, César la izquierda y Craso el equilibrio del centro. ¿Qué más podía desear? Sin necesidad alguna, Craso emprendió una campaña militar en Mesopotamia en busca de gloria y riquezas mucho más fabulosas que las nunca vistas. Pues bien, Craso se dejó engañar y en vez de ir por las montañas pasó por la llanura, donde era vulnerable. Su error resultó fatal. Los romanos perdieron más de 20.000 hombres. Craso y su hijo, la vida. Sin el factor de equilibrio que aportaba, Pompeyo y César iniciaron su guerra civil. Aun así, si las tropas auxiliares que Craso había pedido a un rey local le hubieran sido enviadas como esperaba, es muy probable que hubiera obtenido la victoria. Entonces, la palabra craso sería hoy sinónimo de riqueza, inteligencia, acierto y fortuna sin límites.

Conclusión: la historia ofrece una profusión inagotable de ejemplos sobre la dificultad de considerar acertadas o erróneas las decisiones al tomarlas. El éxito convierte los errores en aciertos, y el fracaso hace que sea error aquello que parecía un acierto. La incertidumbre es un principio universal de permanente aplicación. Somos más casuales que causales.