Análisis
El embrujo del chamán
El Barça hizo algo mucho más importante que ganar el partido, que fue merecerlo; no hay nada más balsámico
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
En el peor momento, el mejor partido. El Barça salvó un dramático match-ball con la mejor actuación en mucho tiempo. En un club que se ha convertido en una olla a presión a punto de estallar en cualquier momento, un equipo liderado por un Messi descomunal supo ayer convertir las malas vibraciones en energía positiva, como si se tratara del embrujo de un chamán. Y es que en pleno debate sobre el presente y el futuro de Messi, el astro argentino llevó al equipo en volandas con una arrancada detrás de otra, hasta que reventó la defensa del Atlético, que sólo resistió en la medida en que un sospechoso Undiano le permitió ir más allá de la línea roja que traza el reglamento.
El destino quiso que Messi desangrara al rival por la banda derecha, como en los viejos tiempos, quizá una metáfora de que lo más nuevo que puede hacer este equipo es quizá lo más antiguo. Con Messi desatado por la banda de sus años mozos, el Barça se reencontró a si mismo, por obra y gracia de una presión asfixiante como hacía muchos meses que no veíamos y a una velocidad de pelota que creíamos olvidada. Sí, gracias a estos viejos axiomas, el Barça hizo contraataques y practicó un fútbol mucho más veloz, pero no hubo más novedad que la de volver a los orígenes. Y es que en el Barça, por mucha carga ideológica que se le quiera aplicar, no hay muchos más secretos más allá de respetar el estilo dentro de unas coordenadas y conseguir que Messi sea feliz.
El pequeño 10 azulgrana se inventó un gol de Neymar, otro de Suárez y tranquilizar él mismo al Camp Nou cuando el Atlético amagaba con amenazar el resultado. El empate de los colchoneros hubiera sido ayer profundamente injusto, puesto que el equipo de Luis Enrique, ayer sí, fue el indiscutible amo y señor, no solo del marcador, sino también del juego.
El Barça hizo algo mucho más importante que ganar el partido, que fue merecerlo. Es evidente que los problemas estructurales del club son los mismos que antes de la victoria: el club sigue sancionado por la FIFA y sin director técnico, por poner dos ejemplos, y su tranquilidad pende como siempre del próximo resultado. Pero no hay nada más balsámico que ver a un enfermo grave levantándose de la cama y sonreír, ni que sea por un día. El Barça sigue institucionalmente grave con pronóstico reservado, cierto, pero las nuevas elecciones en el horizonte y la alegría de comprobar que al menos ayer se dio con la tecla, ayudan a tener esperanzas renovadas en el futuro.
Puede que la clave de nuestra felicidad sea mucho más sencilla de lo que creemos: basta con votar, y hacerlo convencidos que gane quien gane el chamán Leo Messi seguirá salvándonos con sus embrujos. Es decir, incluso es posible que en el Barça funcione lo mismo que en cualquier otra parte del mundo: la democracia y el talento. Si es así, no hay nada que temer.
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