El drama griego

CARLES CAMPUZANO

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El drama griego de Europa tiene múltiples enfoques y algunos pueden ser extremadamente emocionales. Lo hemos podido seguir estos días en la red. Las fobias y las filias que todos tenemos sobre múltiples cuestiones aparecen en las discusiones en Twitter en torno al referéndum que Tsipras convocó y ganó.

En cualquier caso creo que en esta discusión vale la pena al menos entrar en algunos temas, que en mi opinión, son claves y que piden una mirada en absoluto basada en las emociones.

Por una parte tenemos la cuestión democrática. La lógica de los economistas y los burócratas que han diseñado las respuestas a la crisis de los estados de la periferia europea desde 2010 ha ignorado todas sus consecuencias políticas. Es posible que los economistas del Banco Central, la Comisión Europea y el Fondo Monetario sepan como Grecia puede convertirse en una economía capaz de ser competitiva a medio y largo plazo, pero cuando un país pierde el 25% de su PIB y la pobreza se dispara, aquellos que se enfrentan a las políticas que han provocado este desastre acostumbran a ganar las elecciones. De hecho, el malestar social que en toda Europa está propiciando la irrupción de populismos de todo pelaje tiene que ver también con la gestión tecnocrática y economicista con la que los gobiernos e instituciones europeas han gobernado la crisis, la integración en el euro y las consecuencias de la globalización. La percepción de que el reparto de los costes en su conjunto está siendo desigual, de que hay muchos que salen perdiendo y pocos que salen ganando, tiene un recorrido políticoenorme. La mirada tecnocrática, que obvia los principios de la justicia social y la equidad, se paga con los populismos. En la medida en que las élites europeas ignoran la vida de las clases medias de Europa la democracia se debilita. Es cierto que otros estados intervenidos, Portugal e Irlanda, o algunos ortodoxos seguidores de la lógica económica hegemónica como los bálticos, las repercusiones políticas de la autoridad, al menos hasta ahora, han sido menores; el empobrecimiento y la emigración masiva de los jóvenes, no obstante, han sido la norma. Veremos. En cualquier caso, la austeridad necesita pasar por la reválida de las urnas. Un detalle que no conviene olvidar. Desde este punto de vista, la respuesta de los griegos a los planteamientos de la Troika tiene mucho de revuelta democrática a una política económica impuesta desde fuera e insensible al sufrimiento de la gente.

Y para que todo sea más complejo, hay que sumar que efectivamente las opiniones públicas de los países acreedores de Grecia tienen una mirada diferente; es cierto, por lo tanto, que los electores alemanes o finlandeses no parecen dispuestos a contribuir más al enderezamiento de Grecia; seguro que tienen una parte de razón. Los gobiernos griegos no han hecho sus deberes desde hace demasiados años, pero esta es una mirada que ha sido atizada también por una política que hace tiempo que ha dejado de recordar que Europa, tal como la hemos querido desde el fin de las grandes guerras del siglo XX, aspiraba a ser, también y mucho, un espacio de solidaridad. Si Europa no se construye desde la solidaridad entre sus pueblos, ¿cuál es el vínculo que nos permite vivir juntos? El egoísmo nacional no nos sirve para hacer de Europa una verdadera unión política, un verdadero “demos”.

Por otra parte, tenemos la cuestión de la moneda única. El euro ha tenido un colosal déficit de gobernanza económica. Después de la puesta en marcha de la moneda única se llegó a creer que las normas del Pacto de Estabilidad y la existencia de un Banco Central como autoridad monetaria serían suficientes para gobernar un espacio con economías tan dispares como la griega y la alemana, incluso cuando aconteciera una crisis. Un error que todavía estamos pagando. Sin verdaderos instrumentos de política económica a escala europea (euro bonos, presupuesto, seguro de paro,…) el sistema europeo es trágicamente frágil y no tiene la capacidad de dar una respuesta eficaz, tanto en términos de recuperación y crecimiento, como en el reparto de los costes sociales de la crisis. Se está viendo desde 2010, contrastando vivamente con la recuperación de los Estados Unidos bajo la presidencia de Obama.

Todo ello pide mucha política; de la buena, ni vieja ni nueva. Y es eso lo que echamos de menos no únicamente para salvar a los griegos, sino también los valores y los principios que hizo posible el milagro europeo de después del 1945 y que nos han dado libertad, prosperidad y justicia social durante un largo período de tiempo.

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